viernes, 30 de noviembre de 2018

¡Oh no! ¿Por qué tuvo que sucederme a mí?

Esta frase es el canto de la ignorancia. En algún sitio leí que cuando te sacas la lotería, cuando te dan un ascenso, cuando compras un coche nuevo o cuando tienes un hijo, nadie dice ¡Oh no! ¿Por qué tuvo que sucederme a mí? 
Cada ser humano lleva dentro de sí la peregrina idea de ser especial. Así que cuando las buenas noticias llegan, es común pensar que son resultado de nuestro esfuerzo. Algunos, los menos, sintiéndose humildes, agradecen a Dios por las bendiciones recibidas. Aunque claro, ¿A quién premiaría Dios? A mí, por supuesto, por ser tan buena persona. 
Sin embargo, cuando se poncha una llanta, se cae el internet, explota la olla express, perdemos dinero o se muere un familiar, entonces sentimos que Dios es injusto, que las fuerzas del universo lo han tomado personal contra nosotros, que la vecina nos está haciendo vudú. 
Somos tan especiales que las desgracias del mundo siempre debe caer en otros. El hambre es cosa de África, la guerra es de Medio Oriente, las balaceras son de Culiacán, nada nos afecta, todo está pasando lejos de nuestro paraíso particular. Es el esposo de Paulina, mi compañera de natación, quien se quedó sin trabajo; es Pablo, el jefe de mi primo, el que tiene cáncer testicular; es Katia, mi concuña, a la que le robaron el coche. Nos aferramos a la fantasía de que estamos protegidos por el ojo de venado y de que la maldad nunca nos convertirá en sus víctimas, Y luego, ¡zas! cae muerto tu papá o miras directo al cañón de una pistola que te quita el coche. Entonces sí te acuerdas de Dios y de todos tus amigos y quieres que el destino venga a tu rescate y la policía encuentre al culpable sin pedirte mordida y que el médico resulte responsable y sea condenado a cien años de prisión por incompetente. 
Cuando la desgracia te llega, descubres que no vives en el Edén y en lugar de agradecer tu buena suerte, los años que duró tu fantasía; te enojas con Dios y le gritas al Cielo: ¿Por qué tuvo que sucederme a mi? 
Se entiende, estás en duelo y la poquita razón, que Dios tuvo bien darte, está de vacaciones. Tienes que funcionar en automático y permites que tus tripas tomen todas las decisiones. Los demás te miramos con terror y y sorpresa y cuchicheamos que siempre has estado loco, que tu padre y tu abuelo fueron iguales. Nos sentimos a salvo, la desgracia está vez te tocó a ti. Bebemos café en el funeral de tu padre hasta que Enrique suelta un chiste negrísimo y Pedro escupe el café, lo que provoca que tu tía Lupe se recargue en el ataúd y al caer empuje a Arturo, tu primo, el policía que sin querer dispara su pistola y me ensarta un balazo en el pecho. Y antes de morir, alcanzo a decir: ¡Oh no! ¿Por qué tenía que sucederme a mí? 
-Abraham Echauri-

Te equivocas conmigo


jueves, 29 de noviembre de 2018

Georgie

Jorge Luis Borges ha sido reconocido como el gran escritor latinoamericano que no ganó el premio Nobel. Se le ha criticado por sus opiniones políticas como si eso fuera lo más relevante de su persona, como si le pudieran negar el genio y su calidad de artista. Su obra, sus cuentos, no su poesía, es lo más importante y todos los que lo han criticado venderían su alma al Diablo por poder escribir como este argentino. Obsesionado con el tiempo y los laberintos, estudioso de la filosofía, las herejías y de las sagas nórdicas, adorador de la lengua y los engaños sutiles, reconocía que nada hay nuevo bajo el sol. Esta contradicción le permitía crear universos en pocas páginas, universos en los que su peculiar humor creaba una atmósfera inquietante. Nadie se baña dos veces en el mismo río. Nadie permanece. Todo es olvido. 

Para no perder la memoria, perdió la vista conservando para sí el amarillo. Nadie quisiera vivir la vida de Borges, pero todos quisieran haber escrito sus libros. En el cuento “El testigo” que forma parte del “El hacedor”, Borges se pregunta qué se morirá con él. Un hombre muere y con él, un universo. Con cada muerte se diluye la memoria del mundo. El marcador vuelve a ceros y un nuevo Big Bang comienza.

En “El libro de Arena” hay un texto muy corto que se llama “El disco”, allí se cuenta que a una cabaña llega el rey de Sajonia con el disco de Odín en la mano, es un disco de un sólo lado. ¿Hay alguien que pueda imaginarse eso? ¿Hay alguien que no quiera ver el disco y tocarlo? A mí se me revuelve el estómago de pensar en el disco. Así de fácil incluye Borges la historia, la mitología, la filosofía, la magia, la ambición y la vida. ¿Hay alguien que pueda no sentirse perturbado por el misterio de este texto? Yo no. A Borges debo mis ganas de escribir, mi deseo de saber, mi ganas de experimentar. Sólo sus textos pueden condensar tanto en tan pocas líneas.


Borges no puede negar la influencia del Budismo Zen en su escritura, Jorge Luis encuentra la belleza del mundo en una rosa y en el Aleph mira el Universo. De cerrar los ojos y alcanzar a ver un número indeterminado de pájaros, deduce la existencia de Dios. Sí, Dios existe. Existe el Islam, existe el Cristianismo y sus voces son ecos de lo que Borges ha visto. Borges ha visto la eternidad y esa visión le atormenta. Sus textos son su terapia, está intentando exorcizar el demonio que lo lo tiene cautivo. El Tigre que lo atormenta, el minotauro.


Georgie, ¡gracias por todo!

Pocos con el plumaje limpio


miércoles, 28 de noviembre de 2018

El periodismo en las redes sociales

Hablar sobre el periodismo en las redes sociales es como hablar del arte en las redes sociales. Es decir, nadie sabe qué chingados es el arte. Yo no lo sé y no lo voy a resolver aquí. Lo mismo pasa con el periodismo, explicar qué es el periodismo es un lío. Lo que sí sé es que cuando veo arte, lo reconozco y con el periodismo me pasa lo mismo. 

Cuando leo una nota bien escrita, inteligente y relevante, reconozco su valor y la considero periodismo, independientemente de si estoy de acuerdo con lo que dice o si la veo en un diario, en un noticiero o en un tweet. Un buen periodista puede hacer su trabajo como se le dé la gana y después difundirlo a través de todos los medios a su alcance. Si para eso recurre a memes, YouTube, Twitter o un blog eso es lo de menos. 

Al igual que en el arte hay artistas de #hamparte; en el periodismo hay opinadores de banqueta, chismosos, ignorantes y malintencionados pagados. Ellos se llaman periodistas, ¿qué le vamos a hacer? Dar una noticia no es exclusivo de los periodistas, pero uno serio no debería conformarse con exponer información superficial. Debería citar sus fuentes, citar otros periodistas, comparar casos, hacer símiles. No sé, hay mil cosas que se pueden hacer para que la información no sea un grito en el desierto.

Es difícil exigir buenos periodistas después de años de Jacobo, de la Tesorito con Guillermo Ochoa y de ¡Esta noche en hechos! Estamos acostumbrados a la información sesgada, a leer el Reforma sin leer el Proceso, a creer ciegamente en Carmen Aristegui como si fuera inmune al chayotazo, a desconfiar de los moneros, a ver CNN en cable y a Facebook, que es el terreno fértil de la estupidez, las opiniones incoherentes y el odio. ¿Quién puede decir que eso es periodismo? Yo creo que a ratos es periodismo y a ratos es publicidad y propaganda. Es labor del lector formarse un criterio y consultar todas las fuentes con reserva. Incluidos los memes y las redes sociales.


Esto me recuerda la parábola del elefante y los ciegos. Nadie puede conocer la verdad pero todos pueden describir lo que alcanzan a tocar. Gente pendeja siempre habrá. Ser pendejo es un derecho humano. Ser borrego es opcional en algunos casos, los menos. Los borregos llevan en la sangre esa necesidad de sumarse al rebaño, de no levantar la cabeza, de opinar las mismas cosas que todos opinan, de no pensar, de no tener criterio. Por allí pasamos todos en ciertos temas, en ciertos momentos. Bendita seguridad del rebaño. ¡Meee! ¡Meee!

Simetría emocional