viernes, 25 de abril de 2025

La quema de Judas

Nada hay tan llamativo y espectacular como una ejecución pública. Incluso resulta más atractiva cuando sabes que el exhibido no tiene escape, cuando sabes que será ejecutado y su castigo será salvaje. Los romanos lo sabían, en Salem lo sabían, la Inquisición lo sabía. Nada enardece los ánimos como la destrucción del enemigo público en la plaza central. Incluso sin pan, la ejecución es el distractor perfecto, el acto principal de cualquier circo.
El pasado Domingo de Pascua, en San Miguel de Allende, Guanajuato, al mediodía, bajo un sol inclemente que picaba la piel, pude presenciar la quema de Judas. 

Desde el balcón del edificio que alberga la oficina de Turismo, al norte del Jardín Allende, sobre la calle Principal, colgaban 4 o 5 cuerdas atadas a las luminarias del Jardín y en cada cuerda colgaban los Judas (muñecos de papel semejantes a las piñatas pero con pequeños explosivos en el torso). Vi diez Judas pero hubo más. Ninguno era un diablo tradicional rojo de pies a cabeza. El único demonio que observé vestía traje azul rey, con camisa blanca y corbata. Sólo lo delataba el color de la cabeza y las manos. 

La ejecución de los Judas ya había comenzado cuando llegué al Jardín, mientras me acercaba podía escuchar las explosiones. Muchos no sabían qué sucedía pero llegaban y se quedaban al descubrir a los Judas esperando su turno. Todos buscaban un sitio para mirar entre la barrera de celulares, sombreros y gorras. El quiosco no estaba lleno pero de nada servía subir porque la multitud ocupaba todos los ángulos útiles.

No sé cuantos muñecos explotaron antes de que pudiera rodear el quiosco y encontrar un lugar adecuado desde el que pudiera ver. La ejecución de cada Judas se hacía con parsimonia. Cada muñeco tuvo su momento de gloria.

Los acercaban al piso para encender la mecha, después los elevaban como piñatas y entonces los muñecos comenzaban a girar sobre su eje. En ocasiones tenían tres breves momentos de giro que tenían el tiempo de perder impulso antes de volver a girar. Algunos alternaron el sentido de los giros. Finalmente, los giros se agotaban, era como si los Judas perdieran la vida, como si se tensaran o encontraran la paz antes del final. Por un par de segundos el tiempo se congelaba y se hacía el silencio. El suspenso crecía y la tensión era palpable, entonces: ¡BAAANG! El torso y la cabeza se convertían en una estruendosa nube de polvo y papel de colores, mientras las piernas eran lanzadas al suelo. El olor de la pólvora nos bañaba. La plaza lanzaba un rugido tras cada ejecución. Ya deseábamos más. 

Los Judas favoritos fueron los avatares de Donald Trump. Quizá hubo más, pero yo sólo vi tres: uno muy humano y otros dos más con cuerpo de pato, con corbata roja y copete rubio. Cada Judas emocionaba al público, pero los Donald merecían ovaciones extra. Los gringos, turistas y expatriados, eran los más animados con los Donald. Gritaban a Trump como si lo odiaran. Ningún mexicano se emocionaba tanto como ellos.  


Ver tres o cuatro Judas era suficiente para entender la idea y retirarse, pero era algo adictivo. Además la explosión atraía más gente. Todos tomaban videos o fotos. Una niña, espantada con las explosiones, lloraba apretándose a su mama. La niña se tapaba los oídos pero su madre no parecía darse cuenta o no quería perderse el espectáculo.


Cuando decidimos irnos, poco antes del final, tuvimos que avanzar hasta el borde sur del parque, frente a la Iglesia, para poder salir del Jardín. Apenas llegamos a la esquina, todo terminó, todos los Judas habían reventado y la marea de gente nos rodeo de nuevo. Es una lástima que la quema del Judas haya perdido presencia en la Ciudad de México, es una tradición divertida y terapéutica.

Abraham Echauri


Sitios

 


miércoles, 23 de abril de 2025

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lunes, 14 de abril de 2025

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sábado, 12 de abril de 2025

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