miércoles, 17 de febrero de 2021

Miércoles de ceniza

Buenos días.  Espero que hayas tenido una noche de dulces e insensatos sueños eróticos, que ya hayas desayunado y que portes una sonrisa en el rostro. 

Hoy es miércoles de ceniza. 

No voy a escribir sobre el origen y la historia de esta tradición. 
No voy a explicar cómo se determina la fecha de esta celebración y tampoco voy a contar qué queman los sacerdotes para tiznarles el rostro. 

Hoy voy a dar las gracias porque tuve abuela. 

Yo no nací budista. Nací en una familia católica o que se decía católica pero que no sabe qué significa eso. Mi padre tiene una relación muy extraña con Jesús, dice que es su amigo. Mi madre hacía oración constantemente y todavía pide por mi alma perdida. Y mi abuela se sabía la misa de cada día del año pero su espíritu no estaba atado al cristianismo. Ella creía en que todo estaba vivo. 

De niño, me gustaba mucho el Miércoles de Ceniza. Iba con mi abuela a un templo en la portales, aquí en el DF. Recuerdo caminar hasta la Iglesia, el aroma de la comida en el atrio y de la nube de copal en el interior. Recuerdo la cabeza cubierta de mi abuela y sus manos ásperas como la leña. 
Hacíamos fila en silencio y luego te acercabas al viejo que con una pizca de ceniza intentaba dibujar una cruz en tu frente mientras decía: polvo eres y en polvo te convertirás. 

Me parecía alucinante ensuciarme a propósito y poner cara de angustia, como hacían todos. Mi abuela no decía nada. Me miraba con sus ojos café y yo entendía todo. Pero la frase se quedaba en mi mente por días. 

Años después mi abuela enfermó, estuvo en cama mucho tiempo, le cortaron el cabello y le pusieron una ropa horrible. Un día cualquiera, no recuerdo la fecha, fui a visitarla, le regalé un collar, tomé su mano y le pedí perdón porque esa sería mi última visita. No soportaba verla empeorar. Me despedí y no volví a verla ni cuando murió. 

Mi abuela se llevó muchas cosas, mucho saber que me gustaría tener ahora, pero me dejó un pozo inagotable de cariño y un montón de buenos recuerdos. Su cuerpo ya no existe, pero ella está viva. 

No sé si hoy abrirán los templos y los católicos asistirán a tomar ceniza, pero es un ritual que me parece hermoso. Quizá vaya en conmemoración de mi abuela. Fuimos polvo y seremos polvo, pero fuimos muchas otras cosas y seremos muchas otras más. Entre todas esas seremos recuerdos. 

Quizá ya estás cansado de pensar en el covid y del miedo. La ciencia dice que la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Me consta que mi abuela se transformó y que yo me he transformado. No sé cuál es el sentido de tu vida. Pero me gustaría que todos pudiéramos transformarnos en buenos recuerdos. Aprovechemos este día en algo más que comer y beber. La vida es este parpadeo que sucede entre eternidades desconocidas. 

Hoy es miércoles de ceniza. 
Si estás leyendo esto, estás vivo. 
Te invito a crear buenos recuerdos en la mente de alguien más.

La omnipresente

 


lunes, 15 de febrero de 2021

jueves, 4 de febrero de 2021

El murmullo

 


La paradoja de la vacuna que no tienes y ya quieres imponer

Recientemente escuché a un analista que respeto opinar que una vez que exista abasto suficiente de la vacuna del covid19 (si eso sucede) debe ser obligatoria su aplicación. Creo firmemente en que todos tenemos derecho a dar una opinión, meditada o no, producto del miedo o de la ignorancia, y eso no es motivo de alarma o condena. Hay gente que cree que la Tierra es plana y jamás me opondría a escuchar sus razones. Sin embargo, afirmar que una vacuna debe ser obligatoria me parece en extremo preocupante cuando es propuesta de un abogado. Entiendo que hemos pasado ya un año bajo la amenaza y que por salud mental a todos nos interesa encontrar solución al problema de la pandemia. Pero hasta donde entiendo, México todavía no es un estado totalitario y ojalá nunca lo sea.

Saltemos el asunto de cuál de todas las vacunas que se elaboran estará disponible en este país y supongamos que contamos con la mejor en cantidad suficiente para que nadie quede desatendido. Asumamos también que el tiempo de esperar efectos secundarios ya pasó y optimistamente es 2025 cuando todavía falta la mitad de la población por vacunar por cuestiones de logística. Someto a su análisis mis razones para considerar innecesario y absurdo que la vacuna sea obligatoria:

1) Quien considere necesario vacunarse podrá hacerlo. El riesgo para quien no lo hace es personal. Es como el paracaidismo. Nadie obliga a otro a practicarlo. Quien quiere se vacuna y el que no, pues no. El vacunado confía en la ciencia y el otro en su cuerpo. Mientras haya vacunas para todos, a nadie debería importarle que algunos no se vacunen.

2) Si para 2025 sigo vivo y sin vacunarme, tendría la certeza absoluta de que mi sistema inmunitario funciona y funciona muy bien. Es decir, pienso que he estado en contacto con el virus y mi cuerpo se ha defendido satisfactoriamente. Pero si llego a 2025, estaré absolutamente seguro de ello. No necesitaré la vacuna.

3) El analista basaba su argumento en que es un asunto de salud pública que afecta a otros. Si la vacuna funciona, el asunto no debería ser así porque los que quieren vacunarse tienen la solución a la mano. 

Sin embargo, dando por cierto que existe todavía riesgo de contagio para los que no han podio vacunarse y que entre ellos hay algunos que lograron aislarse del virus pero son susceptibles de enfermarse; la lógica indica que sería conveniente que todos estuvieran vacunados. En el fondo la idea es que la salud colectiva es responsabilidad de todos, porque la decisión de cada uno afecta directamente la vida de otros. Eso suena correcto y no lo discuto, pero ese no es el criterio que se aplica hoy a la reproducción. 

Actualmente, en México y la mayor parte del mundo, los hombres tenemos el derecho a decidir libremente el número de hijos. Esa decisión libre afecta directamente no sólo la salud, también las condiciones de vida de todos. Sin embargo, el criterio socialmente aceptado es que la libertad de echar otro humano al mundo está por encima de interés común. Piénselo, no se atragante. Cada nuevo humano consumirá alimentos y medicinas (vacunas también), y su paso por el mundo implica un huella que es responsabilidad de todos. Mientras no nace, es responsabilidad de sus padres, una vez vivo es responsabilidad de todos, todos los humanos somos corresponsables. Si la libertad está por encima de la responsabilidad en la reproducción, ¿Por qué cabría un criterio distinto con la vacuna? 

La libertad de ponerme o no la vacuna debe estar por encima de mi corresponsabilidad humana. Si no es así, entonces deberíamos exigir una licencia de paternidad y una fianza que asegure que el resto estaremos a salvo de los efectos nocivos de cada nuevo integrante de la sociedad. Así, si años más tarde se come un sandwich de murciélago podemos exigir la reparación correspondiente. 

Quizá este argumento tenga una falla que no detecto. Quizá lo lógico sea exigir esa licencia de paternidad y la fianza. Pero resultaría absurdo y desproporcionado que la sanción a no vacunarse fuera otra que la de imponer la vacuna. De modo que no sirve de nada considerarla obligatoria como no sirve de nada el derecho a la vivienda.

4) La vida es un riesgo. Usted puede perder la vida mientras se baña, duerme, come, camina, defeca o practica el sexo. Resulta ridículo pensar que la vacuna le garantiza larga vida. Hay otros riesgos, como el tabaquismo y el alcoholismo, que tienen efectos directos sobre la salud pública y no están prohibidos. No es obligatorio no beber alcohol y no es obligatorio no fumar a pesar de que existe evidencia de que dañan la salud. El derecho no obliga a nadie a no cometer errores. Si la vacuna es un beneficio, no hay razón para que el derecho la imponga. 

5) Si es usted mayor de 18 años ya sabe que la muerte existe y es parte del ciclo de la vida. En otras palabras, la fuente de la eterna juventud no fue descubierta. Nadie se salva de la muerte y los impuestos. Le recomiendo de la manera más atenta que haga las paces con su vida. Usted no tiene miedo de morir. Usted tiene miedo de vivir y eso es realmente triste.

Abraham Echauri