Presencio el vuelo de los retos y los aullidos de alarma de las hembras. Sin desearlo, sin saber cómo me colé por la hendidura del azar y llegué en punto al sitio indicado. Escojo mi palco sobre la acera para disfrutar del último espectáculo gratuito. Estoy aquí, listo, con los ojos atentos y el latir agitado. Escucho los gritos de los simios. Intento descifrar quién hizo qué con escasas pistas. Escojo un favorito. Todo está listo. Los perros están prestos al combate, no hay otro camino. El bravucón es apenas retenido por su hermano. El valiente se sacude el miedo y el abrazo de la madre. La sangre se prepara a derramarse. Los buitres tenemos la boca seca de emoción. Entonces suena una estúpida sirena y todos hacemos el loco. Aquí no pasa nada. Se devuelven las apuestas. Los vecinos se meten a sus casas. Los contrincantes vuelven a sus autos. Se reinstala la paz escenográfica. Las fieras cuchichean presumiendo su heroísmo mientras reingresan el corazón al pecho.
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