Si en un partido de fútbol, los equipos entran a la cancha juegan el primer tiempo sin incidentes, los locales van perdiendo 1 a 0, van al descanso y al concluir el medio tiempo los visitantes, a pesar de estar ganando, acusan de corrupción al árbitro, pretenden su inhabilitación y se rehusan a jugar. Lo lógico es considerar que resultado se anule y el partido deba jugarse nuevamente con un árbitro imparcial.
Así se comporta hoy AMLO. El INE acreditó su victoria y le dio el nombramiento de presidente. Ahora, a mitad del sexenio, al presidente le incomoda el INE. López ha dedicado mucho de su tiempo a intentar, sin éxito, una campaña de medios que le permita desaparecerlo. Si esa campaña tuviera éxito, la consecuencia lógica sería que Andrés perdiera el cargo de presidente que dicho árbitro le otorgó y se tuviera que instaurar una presidencia provisional hasta que se encuentra a un árbitro imparcial que convocara a elecciones.
Por supuesto, Andrés no podría participar en esa elección, ya que para bien o para mal: Sufragio Efectivo, No Reelección. No sólo por lo que hace a su presidencia legítima, sino también por la que actualmente ocupa y que ganó gracias a la intervención de un árbitro vendido.
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