Sentado en una de las ramas más altas observa la luna en el cielo. Tras la tormenta, las ranas croan. Mece las piernas pateando el viento y se olvida de sí mismo. Respira profundo el olor a hierba.
A ratos se distrae mirando las gotas que cuelgan de las hojas. En ellas se multiplica la luna. Recorre con un dedo el borde de una hoja rompiendo los espejos y el agua escurre por su mano. Siente frío, está empapado. Se sacude. Su pelo libera una nube como un pared de niebla que se llena de luz por un instante y se hunde en la oscuridad.
Su mirada vaga por el bosque lluvioso. Entre las sombras imagina la cara de su hembra. La recuerda mirándolo a los ojos, rascando su cabeza, espulgándolo, limpiando sus oídos. Recuerda sus dedos en su rostro, sus abrazos, su aroma y el calor de su cuerpo.
La imagina con otro. Siente molestia en el pecho. Su respiración se detiene y su estómago gruñe. Sacude la cabeza intentando borrar el pensamiento. Se levanta en la patas traseras, alza las manos, golpea su pecho y da un grito que golpea el monte. Otros monos responden a lo lejos. Se descuelga a otra rama, se talla la espalda contra el tronco, mastica una joven rama, se recuesta y contando las estrellas se deja vencer por el sueño.
-Abraham Echauri-
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