Cada persona con quién he hablado sobre el tema del 68 encuentra razones distintas para recordarlo. Ya sea porque por primera vez vieron los tanques del ejército en el Zócalo; porque perdieron a alguien; porque conservaron su vida; porque ningún gobierno debería asesinar a sus estudiantes; porque estuvieron en la cárcel; porque permanecieron encerrados en sus casas o por miedo a que la matanza de Tlatelolco se repita. Las causas para no olvidar son tantas como las personas que se vieron afectadas. El tema se ha mantenido vivo por cincuenta años. Se han creado fiscalías, comisiones y mesas de reconciliación y el gobierno ha tardado años en reconocer sus errores, quizá estaba muy ocupado cometiendo otros. Además se ocultó y perdió información, de modo que los hechos no han sido aclarados. Tampoco se buscó ni se encontró a los responsables y, por supuesto, no han sido castigados. Mientras los secretos continúen guardados nadie podrá olvidar.
La guerra fría concluyó, el muro de Berlín fue derribado y en México seguimos siendo incapaces de hacer un recuento verídico y objetivo de lo sucedido en el 68. El gobierno confía en el olvido, 50 años no han sido suficientes. Para colmo, al final de un sexenio priísta de corrupción y despilfarro, el fantasma se reaviva. Las noticias sobre los porros en la UNAM nos recuerdan que el régimen nos necesita tontos para seguir usándonos. Hoy, al igual que hace 50 años, los estudiantes son el futuro, asesinarlos es obligarnos a vivir en el pasado. Sin la verdad no habrá olvido y no sanará la herida.
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