A cambio de esta vida, le prometí a la Muerte mi amor sin condiciones. No le pedí una fecha, no contamos los años, le bastó mi promesa. Le prometí mis besos y el calor de mi cuerpo, la bienvenida, el abrazo amoroso, sin tristeza ni miedo. Le prometí recibirla con una sonrisa, sin angustia ni prisa. Gratitud infinita. Le prometí extrañarla cada día un poco y soñar con su encuentro. Le prometí llegar entero, esperarla de pie, despierto, con los brazos abiertos y recibir feliz su segunda visita. Le prometí decirle la verdad, mirarla a los ojos, tomar su mano y decirle al oído que la amo. Le daré las gracias por no haberme olvidado. Quizá incluso pregunte: ¿Por qué tardaste tanto?
Le prometí hacer de mis días algo valioso, quería hacer algo importante con mis horas, pero el tiempo se escurre, corre y vuela. Quería dejar algo bueno, pasear por el mundo y construir, cuando menos, un recuerdo. Pura vanidad del vanidoso. Lo ha visto todo y tuvo compasión de mi infantil promesa.
Tuvo el gesto grande de darme muchos años. Quizá porque confió en que el tiempo explicaría que no hay a dónde huir, ni nada a que aferrarse, que todo se disuelve y que aquí la esperaría.
Su promesa es mi vida, ella es todo y vive en todas partes. Ella es la cura, ella es la sed y la bebida, el silencio y la flor, la melodía. Arrullo del alma, eres el soñador y el sueño. Vendrás el día que quieras que venir. Eres tú la que manda y la que guía. Siempre en tu voluntad, vive la mía.
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