Soy un villamelón. Sólo me interesa el Super Bowl porque cuando era niño, Danesa 33, una extinta tienda de helados, en lugar de entregar su producto en barquillos, vendía su producto en cascos de plástico miniatura que imitaban los usados en la NFL. Al terminar tu helado, podías lavar el recipiente y decorar el recipiente con las calcomanías que te habían entregado. No sé cuánto duro esa promoción, pero en mi casa hubo cerca de 12 cascos y mi favorito fue el de las Águilas de Filadelfia. Sin ninguna pasión por el deporte decidí que ese era mi equipo. Pero las águilas perdían con los malditos Vaqueros cada vez que intentaba ver un partido. El casco me gustaba por simple e ingenioso, además de ser fácilmente reconocible. También me gustaban otros cascos, como los de los Bills y los Vikingos. Pero el futbol americano me importaba muy poco.
Tiempo después mis primos (Roberto, Omar e Ivan) entraron al equipo de Lobos y mi padre me preguntó si deseaba inscribirme al equipo. Yo siempre odié que mis juegos se transformaran en obligaciones, así que ni siquiera hice el intento. El fútbol americano no es mi deporte favorito. Mi deporte favorito es el cine. Cuando los vecinos de la cuadra organizaban el tochito, los juegos acababan en pleito, porque algún llorón no aguantaba el empujón o se quejaba de los gritos. Era una fabrica de imaginarios castigos que no entendía y no me interesaba entender. Además, si nunca he soportado pasar dos horas sentado viendo a los Pumas de UNAM perdiendo con el Cruz Azul, menos voy a soportar 3 horas y 4,000 comerciales para ver a equipos que juegan en otro país un deporte cuyas reglas nunca me fueron explicadas y cambian constantemente.
Pero, como dije al inicio, soy un villamelón. Así que desde Navidad me fue comunicado que la familia de mi pareja vería el SB en una enorme pantalla (no sé cuántas pulgadas son, pero no alcanzo ambos extremos con mis brazos abiertos) en una casa en Ciudad Satélite. Me gusta ir a esa casa porque aunque el partido sea irrelevante, tengo la oportunidad de jugar con Dana, una border collie muy lista. Yo no tengo perro, soy alérgico, pero me encantan.
En esta ocasión, el partido tenía el atractivo extra de que jugaban las Águilas y el dueño de la casa es fan de los Jefes de Kansas City. Pero el destino se torció de tal modo que ese plan no se cumplió. Así que el domingo me levanté, hice de desayunar y después fuimos, mi novia y yo, a subir el cerrito del Bosque de Tlalpan. Después pasamos a la Tienda UNAM por café y otras cosas, hicimos una fila descomunal. La pareja delante de nosotros sólo estaba allí para comprar tres paquetes de pan de hamburguesas y discutían sobre quién era la consentida en la familia de él. El señor estaba entusiasmado y ella estaba dispuesta a hacerlo infeliz esa tarde y el resto de sus días. Tenían el plan de comer en casa de la familia del don para ver el partido, pero iban a llegar tarde con el pan. Además ella hubiera preferido morirse que ir a esa cita. Mi novia y yo, después de las compras, nos lanzamos por una hamburguesa a la Torre Manacar. El partido comenzó mientras estábamos en camino y aunque encontré la transmisión, me rehusé a escucharlo en la radio.
Al entrar al centro comercial el ruido era insoportable. Alguien rentó el espacio del primer piso e hizo un evento chafa para su empleados. Todos vestían un jersey azul y el sonido era tan alto que no podía escuchar mis pensamientos. Llegamos al tercer piso y mientras comíamos cayó la primera anotación de las águilas. Salimos de allí y fuimos al súper porque olvidé comprar huevos. Llegando al departamento de mi novia encendimos la TV, las águilas ganaban 17-0. Decidimos bañarnos para poder ver el show del medio tiempo.
El show comenzó y fue una decepción total. Es como si en el mundial de la FIFA en México 86 hubieran puesto como espectáculo la danza de los viejitos. Fue algo tan folclórico que sólo los lugareños lo entendieron. Además caen en la misma trampa que las premiaciones de cine, quieren hacer la política que nunca hacen en los 5 minutos que tienen en TV, cuando deberían hacerla en su vida diaria. Pinche activismo balín. Los espectadores del mundo queremos divertirnos, no nos interesan sus problemas. Samuel Jackson hizo el ridículo vestido del tío Sam y Kendrick Lamar me obligó a tuitear que extrañó a Katy Perry. Para colmo, el show que dió Beyoncé en Navidad fue una maravilla, así que la NFL parece haberse saboteado. Entre su colaboración con Netflix y este show, que debía superar al anterior, no hay comparación.
El resto del partido, fue de bajada. Las águilas anotando dos goles de campo que patearon 4 veces y los jefes luchando para poder sacudirse el cero. Los festejo comenzaron antes de tiempo porque el reloj indicaba que no habría modo en que los Jefes remontaran. Taylor Swift no apareció por ningún lado. Tampoco vi a Trump. No sé qué canal estaba viendo. Dos o tres mensajes con mi primo Roberto, pero creo que en esta ocasión el SB, aunque haya ganado Filadelfia, fue decepcionante. Para este villamelón, fue un bolillo desinflado. Mahomes cayó del pedestal, bien por Filadelfia.
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