El provocador
La mañana del Super Bowl LIX arrancó agitada para Tito que escribió en su columna dominical: “Si ya estás ahí, si fuiste con el compadre, primo, amigo o vecino que ve football toda la temporada disfruta, pregunta, pero no abras la boca para decir barbaridades ni hagas la ola como si estuvieras en un estadio de futbol. ¡No veas el Super Bowl por convivir, de favorcito!”
Tito es un fanático de la NFL y sabe más que el aficionado promedio porque tiene una memoria envidiable y fue periodista deportivo durante años. Tito desprecia a los Kansas City Chiefs, porque es Raider de Oakland de toda la vida. Los Chiefs y los Raiders son rivales en la División Este de la Conferencia Americana, juegan dos veces por temporada y en los últimos años el dominio de Kansas City ha sido total.
La Terca Memoria disgustó a algunos impermeables a la ironía. Era la postura desquiciada del ultra fan que desea apropiarse del Super Bowl con la misma rabia que la NFL protege los derechos de transmisión. La columna daba por hecho que ser aficionado de ese deporte aumenta la valía de la persona. Como si ver la pretemporada y saber los nombres de las estrellas colegiales que participaron en el draft te hiciera esencial y notoriamente superior a todos los que usamos el Super Bowl como pretexto para comer y beber sin remordimiento por ignorar cuanto dura la pausa de los dos minutos.
La columna era pura provocación. Cualquier tuitero sabe que es posible, casi deseable, publicar opiniones controversiales sobre cualquier tema con tal de atraer lectores a tu espacio. Un tuitero, puede hablar de cine por la mañana, analizar la reforma judicial al mediodía y dos horas más tarde calificar, como si hubiera ganado tres medallas de oro en Moscú, los clavados de los Juegos Olímpicos. Estamos en la cúspide de la Era del Tren del Mame. Gracias a Wikipedia, Instagram y la Inteligencia Artificial, todos somos expertos en finanzas, especialistas en geopolítica y hacemos la revolución desde el celular mientras vemos una telenovela turca en Netflix.
En oposición a lo manifestado en su columna, con el firme propósito de convivir, Tito vio el Super Bowl en una reunión en un departamento del “Poniente pudiente”. La reunión no fue de villamelones, todos tenían los conocimientos básicos indispensables.
El partido rápidamente se fue poniendo verde. Tito disfrutó cada punto que anotaban las Águilas de Filadelfia, como si sus Raiders estuvieran siendo vengados por la mano del destino. Las bromas, los memes y los comentarios humillantes fueron parte del Super Bowl, eran necesarios para avivar el interés ante un partido que se definía desde la primera mitad con un contundente 17-0.
Las bromas racistas durante el Super Bowl fueron consecuencia lógica, casi necesaria, de la presencia de Trump en el estadio de Nueva Orleans. El Agente Naranja, desde de su primer mandato, ha atacado sistemáticamente a los mexicanos y la aparición de Samuel L. Jackson como el tío Sam fue una burda provocación con intención de desafío.
El eslogan Make America Great Again es un modo poco sutil de recordar el destino manifiesto y la doctrina Monroe. América es para los americanos, esos americanos que son blancos anglosajones protestantes, como seguramente son los dueños de los equipo de Kansas City y Filadelfia. Si la NFL le presta el micrófono a un afroamericano es porque resulta redituable, no por su mensaje.
Tito es metalero de toda la vida, desde los primeros acordes de Black Sabbath. Así que si un rapero insulta a otro en un espectáculo de medio tiempo, para él, es un chisme de vecindad que carece de interés. Por eso, durante el medio tiempo, calificó la música de Kendrick Lamar como “de ladrón de estéreos”.
Una adolescente de 17 años, que tarareaba las rolas del rapero, escuchó el comentario de Tito y dijo para sus adentros Ni soy negra, ni “roba estéreos”. Palabras que después compartió con su madre y la madre repitió a alguien más que llevó las palabras de la chica hasta los oídos de Tito el lunes por la mañana.
¿Alguien notó la maroma interdimensional que dio la mente adolescente en cuestión? El comentario descalificó la música dando un raspón al autor y, en automático, la adolescente dedujo que el comentario era sobre ella. Aunque se sintió obligada a mencionar que su color de piel no era el mismo que el del cantante, se sintió ofendida.
Tito hizo el mismo comentario en un par de grupos de WhatsApp. Alguno le respondió: “El coche es robado, un cuate en la tribuna ya lo reconoció”. Refiriéndose al Montecarlo del que bajó Lamar al inicio de su presentación y que con exuberante creatividad utilizó para bajar a todos sus extras y bailarines como ya había hecho Krusty el payaso en un capítulo de los Simpson.
Los voceros del sistema nos dicen que no entendimos la presentación. Yo pienso que si el acto de protesta requiere explicación es porque no cumplió su propósito. Si el rapero cree que su música es universal, es patético. Y si cree que su postura política le interesa a Trump, nuevamente es patético. Patético en la acepción de ridículo. Así que el espectáculo del medio tiempo fue cuando menos decepcionante.
Tito no es blanco. Tanto su forma física como su cabello crespo lo diferencian del mexicano promedio. Supongo que su apariencia es semejante a la de un mulato y quizá por eso hace comentarios políticamente incorrectos que podrían serían calificados por los guardianes de la moral como racistas y por las señoras de la vela perpetua como adecuados. Tito lleva sobre sus hombros años de bullying que hoy provocarían el suicidio de cualquier adolescente. Thriller fue el sobrenombre que portó por años con orgullo.
Pero lo que diga Tito en la CDMX de un “artista” en New Orleans no debería ofender a nadie. Menos a una joven cuya única relación con el insultado es de consumo. Es como si mi dentista insultara el pan de muerto que hace mi vecino, con quién jamás he cruzado palabra, y yo me ofendiera. Pero la juventud ha adquirido el vicio de ofenderse por todo. Les provoca diarrea el mole que no se comen. Ellos dicen que están cambiando el mundo. Yo les concedo razón, lo están arruinando.
¿Qué razones tiene una mujer mexicana para escuchar rap y evitar las sonatas de Bach? ¿Se hubiera ofendido si alguien hubiera descalificado Carmina Burana de Carl Orff o el Requiem de Mozart? ¿Se hubiera ofendido si alguien hubiera bromeado sobre la letra de una canción de Jorge Negrete, Lupita D’Alessio, Paquita la del Barrio o Palito Ortega?
No lo creo. Pero la imaginaria ofensa es producto de un lavado de cerebro de amplia difusión en redes sociales. Lo llaman cultura de la cancelación y lo maquillan de inclusión.
Nada tienen en común la vida de una adolescente de la capital mexicana y la del millonario músico afroamericano de California. Pero Spotify se forra forzando en los oídos de jóvenes sin criterio la obra anodina de un rapero con tanto talento musical como Cepillín. La calidad es irrelevante.
Kendrick no escuchó a Tito y no se ofendió. Si Kendrick lo hubiera escuchado, no le hubiera dado importancia. Para ellos, toda publicidad es buena. ¿Por qué se ofende una chica en nombre de un tipo que no conoce, nunca ha visto y jamás saludará? ¿Le consta a la joven que Mr. Lamar jamás se robó un estéreo? Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro.
El SuperBowl es para dejarse llevar por la euforia y sacar el estrés. Todo fue felicidad en la reunión pero una adolescente se ofendió por un comentario, tan cizañoso como inofensivo, sobre la trascendental obra de Kendrick Lamar.
¿Por qué los adultos dan tanta importancia a las reacciones infundadas de los adolescentes? ¿Alguno de ustedes puede deducir por qué dos adultos se interesaron en que Tito supiera que una chica se había sentido ofendida por sus palabras? Mister Lamar no hizo la revolución ni la piensa hacer, no movió consciencias, simplemente les dio una dosis mínima de activismo a esos que se sienten víctimas de toda la vida. El Super Bowl es un espectáculo y su finalidad es hacer dinero. Nada hay más ortodoxo que eso. Pan y circo.
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