jueves, 27 de febrero de 2025

El futuro de la Iglesia Católica

 

Desde que tuve consciencia de mi existencia hasta el 2 de abril de 2005, el Papa fue Carol Wojtyla, Juan Pablo II. Yo pensé que Carol nunca moriría o que yo moriría antes que él, pero todo lo que comienza encuentra su final. Para el niño que fui nunca existió otro pontífice. Recuerdo que hubo alguna obra de teatro que trataba sobre la muerte del predecesor de Carol y que hubo rumores de que fue asesinado, pero fue un Papa tan efímero (33 días) que me parecía un sueño. En mi mente había una certeza: el Papa era Juan Pablo II. No compartía la emoción por verlo en sus visitas a la Ciudad de México, pero me sorprendían las reacciones de la gente y su existencia parecía dar estabilidad al mundo. Luego vino Benedicto XVI que no pudo con la sombra de su antecesor y se bajó del caballo. Entonces apareció Francisco, que hoy 24 de febrero de 2025, está enfermo. Me parece carismático, pero no podría decir si ha sido un buen Papa. Desde la muerte de Juan Pablo II, la Iglesia Católica no ha recuperado la estabilidad. 

Yo fui bautizado e hice mi primera comunión porque así lo decidieron mis padres. Ya estaba en secundaria, cuando la comunión y lo más interesante del catecismo era ver en ropa de civil a una compañera de la escuela que me gustaba. Nuestros instructores sabían muy poco de religión, sus lecciones eran para matar el tiempo. Hoy soy un budista que abandonó el catolicismo gracias a todas las explicaciones que recibí durante tres años en un colegio del Opus Dei. Entiendo que las iglesias tiene como función ser intermediarios entre Dios y los hombres, pero estoy seguro de que lo único que logran es romper esa comunicación. Nadie debería necesitar intermediarios para dialogar con Dios, pero hay gente lista que dice tener línea directa con él y otros que les compran la idea.

Hoy, la salud de Francisco es delicada y aunque se le desea la recuperación, ya se prevé la posibilidad de que sea necesario elegir un nuevo pontífice que tendrá la posibilidad de modificar el rumbo de la Iglesia. ¿Cuál es el futuro de la institución? Muchos afirman que la Iglesia debe cambiar. Algunos suponen que si desea mantenerse viva debe adecuarse a los tiempos y ser más permisiva para que se acerquen nuevos feligreses. La Iglesia católica ha sido presionada para revisar su postura en temas como el matrimonio, el sacerdocio femenino, la aceptación de divorciados y la aceptación de parejas del mismo sexo. 

Al valorar los cambios, la Iglesia Católica debería tener en cuenta la paradoja de la tolerancia. Esta paradoja es un concepto filosófico que fue articulado por el filósofo Karl Popper en el libro “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945). La paradoja de la tolerancia sugiere que, si una sociedad extiende la tolerancia a quienes son intolerantes, corre el riesgo de permitir el eventual dominio de la intolerancia, socavando así el principio mismo de la tolerancia. Por tanto, sostiene que una sociedad verdaderamente tolerante debe conservar el derecho a negar la tolerancia a quienes promueven la intolerancia. En otras palabras, si la Iglesia acepta a todo el mundo, su fe está perdida.

La Iglesia puede adecuar ciertas cosas, pero debe conservar algunos límites. Es necesario recordar que la Iglesia no es, en esencia, una corporación ni un Estado, o no debería serlo. Su propósito es la salvación de las almas, no el flujo constante de ingresos ni el crecimiento de su membresía. Es decir, el tema económico no debe ser la guía de la Iglesia Católica en lo que refiere a los asuntos de fe y tampoco la subsistencia de la institución. Pero entiendo que el primer principio de todo ser vivo, al igual que de toda organización, es su subsistencia.

Entre los temas que está de moda revisar, se encuentra el voto de castidad de los sacerdotes. Entre los protestantes ese no es un problema porque los pastores pueden tener familia. Pero en este punto, me parece que, al interior de la Iglesia, no puede haber discusión. El voto de castidad, en teoría, es parte del compromiso con Dios, es un modo de mostrar control sobre los impulsos y demostrar que se ama a Dios por sobre todas las cosas. Pero también tiene como finalidad evitar un conflicto de intereses económico que asegura la continuidad de la Iglesia. La poca o mucha riqueza que genera un templo es, o debe ser, para la Iglesia. El hecho de que un sacerdote pueda tener esposa e hijos supone una afectación constante y directa a los ingresos del Vaticano. Estoy consciente de que existen casos como los del Padre Maciel que tuvo descendencia, pero una cosa es que algunos miembros violen la norma, incluso el derecho positivo, y otra muy diferente es anular el voto de castidad y permitir que formen familias. Por cuestiones prácticas, la Iglesia no puede cambiar el rumbo en lo que refiere al voto de castidad. Cambiar esta política afectaría la estructura misma de la institución. Después revisaré el impedimento ontológico.

Respecto al sacerdocio femenino, hay un movimiento que promueve la ordenación sacerdotal de mujeres y el papa Francisco ha señalado la importancia de abrir lugares en la jerarquía de la Iglesia para las mujeres. Cabe señalar que el mayor impedimento para esto no está en el sexo del sacerdote, es decir, que Jesús pusiera en manos de Pedro su Iglesia, parece un asunto circunstancial, no un asunto de principios. Pero el peligro de admitir mujeres en el sacerdocio radica en que la violación al voto de castidad podría tener como consecuencia un embarazo y nacimiento muy difíciles de ocultar que deja en evidencia la violación del voto de castidad y ya vimos que ese principio no admite cambios. 

La Iglesia podría flexibilizar esta regla y ordenar mujeres, pero se vería obligada a añadir otra norma que establezca la excomunión de cualquier sacerdote al que se le acrediten hijos o abuso de menores. Esta nueva regla, aunque deseable, traería muchos problemas a la Iglesia Católica. El perdón de los pecados, aunque amplio, no debe tener espacio para la violación del sacramento fundamental de la Iglesia. Por tanto, resulta poco probable que la aceptación de mujeres en el sacerdocio sea una reforma cercana. No sólo porque requeriría un control efectivo de la sexualidad de todos los sacerdotes, también porque dejaría la puerta entreabierta para todo tipo de géneros imaginarios. Recordemos que en biología sólo existe macho y hembra y que la Iglesia prefiere el derecho natural.

En lo que refiere al Matrimonio, la Iglesia católica considera que es indisoluble, pero el papa Francisco ha permitido que personas divorciadas que se han vuelto a casar puedan recibir los sacramentos. Este es un tema en el que la Iglesia podría poner condiciones. Es decir, el matrimonio fue ideado para toda la vida porque la expectativa de vida era corta y mantener unida a la pareja generaba familias fuertes que se encargaban del cuidado de los hijos. Considero que en este aspecto, la Iglesia podría flexibilizar su política en los casos de violencia. Es decir, si la causa acreditada del divorcio fue la violencia, me parece lógico que transcurridos 5 años de la disolución del matrimonio civil, fuera factible que la víctima de violencia pudiera recibir nuevamente el sacramento. Los humanos somos falibles. La realidad es que el matrimonio, civil y religioso, ha perdido credibilidad y parece una institución en vías de extinción.

Respecto al matrimonio de parejas del mismo sexo, el papa Francisco ha sugerido bendecirlas, pero está claro que tal bendición no es equivalente al sacramento del matrimonio. La Iglesia tiene como base el iusnaturalismo, si el propósito del matrimonio es la procreación, resulta inadmisible que la Iglesia modifique este criterio. Ya que todavía no se ha logrado la reproducción natural entre personas del mismo sexo.

En temas científicos, la Iglesia católica ha reconocido la existencia de la evolución, y ha señalado que no es incompatible con la creación. Así que en este asunto no hay tema. Sobre el aborto, mejor ni hablar.

Pero en todas estas inquietudes hay un asunto que la gente se niega a entender: La Iglesia no puede darse el lujo de aceptar cambios. Es una cuestión ontológica. La Iglesia debe ser la guía que expresa o aterriza lo que Dios ha definido como correcto e incorrecto. Y Dios no puede cambiar de opinión respecto de los pecados sin poner en duda, su naturaleza. Un dios que cambia de opinión quizá no sea eterno y omnisciente, quizá no sea Dios. Dios es eterno, su verdad es eterna, no está sujeta a la voluntad de los hombres. Así que la Iglesia debe tener opiniones surgidas de esa verdad eterna y por lo tanto, las verdades de Dios no están sujetas a las condiciones económicas y sociales ni a la aprobación humana. De hecho, las leyes naturales son leyes de Dios y no están sujetas a lo que quiere la gente. En consecuencia, cuando la Iglesia cambia sus normas, siendo la Iglesia intermediario entre Dios y los hombres, ese cambio implica que Dios se ha equivocado y ha corregido. Siguiendo esa idea entonces la Iglesia no está en contacto con Dios y no ha dejado de cumplir su función. 

Así que los principios fundamentales de la Iglesia no aceptan revisión. La Iglesia puede modificar las ideas secundarias, las que entendemos que no emanan directamente de Dios. Es decir, puede admitir mujeres en el sacerdocio, porque no hay una ley natural que lo impida y nada hay en las escrituras que sugiera que las mujeres están incapacitadas para guiar. Basta revisar la historia de Judit. Pero aceptar que el matrimonio sea para personas del mismo sexo, si tenemos en mente que la procreación requiere de ambos sexos, viola directamente las leyes naturales.

La Iglesia no es una empresa que deba mantener un flujo constante de efectivo para sobrevivir. Así que no necesita traicionarse para que el número de feligreses se eleve y las arcas vuelvan a llenarse. Si lo hace y lo hace con esa expectativa tira por la borda el capital de ser el intermediario que comunica la voluntad divina a los hombres. La Iglesia, aunque cuente con el Instituto para las Obras de Religión, mejor conocido como Banco Vaticano, no tiene como principal función el lucro. La espiritualidad no pasa por lo económico. La voluntad de Dios no puede estar al capricho de la humanidad. Cambiar sus criterios con base en las circunstancias económicas o para ser más popular sería el golpe final a la Iglesia, la mataría. Y no lo digo porque me interese que la Iglesia se mantenga viva. Dicen que no hay mal que dure cien años y la Iglesia lleva casi dos mil. Lo digo desde la perspectiva institucional. Si la Iglesia fue creada por Jesucristo y el Papa es el representante de Cristo en la Tierra, la Iglesia debe obedecer a Dios sin importar que moleste a los hombres. Abraham pensó que debía matar a su hijo, Job soportó males sobre males, Cristo murió en la cruz en ciega obediencia porque la voluntad divina así lo exigía. 

Yo no digo que Jesucristo es Dios, ni que Bergoglio tiene comunicación directa con Dios ni que cuenta con el atributo de la Infalibilidad. Lo que digo es que, como católico no practicante, como budista, me sentiría traicionado al pensar que Dios puede cambiar de opinión en algo, en lo que sea. Si por dos mil años la Iglesia ha sostenido que matar es un pecado, sería absurdo que mañana sostuviera que desde el 6 de enero de 2026 matar otorgará indulgencias para todos los pecados de lujuria. 

En resumen, el futuro de la Iglesia, si lo tiene, es mantenerse firme en lo que ha sostenido y rechazar revisiones motivadas por lo económico y lo democrático.

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