Si te interesa mejorar tus fotos y quieres tomar una clase o un curso personal de fotografía escribe a abrahamler@gmail.com
martes, 31 de octubre de 2017
lunes, 30 de octubre de 2017
domingo, 29 de octubre de 2017
sábado, 28 de octubre de 2017
viernes, 27 de octubre de 2017
jueves, 26 de octubre de 2017
miércoles, 25 de octubre de 2017
martes, 24 de octubre de 2017
Amistad
No tienes curvas hermosas,
no sabes hablar y dudo de que pienses,
en ocasiones gruñes.
Tu cuerpo es un cilindro
pleno de vida.
Tu cabeza está hueca y llena de humo.
Te arde la sangre.
Te quiero por caliente.
Tus piernas son tan cortas,
tus brazos son de tubo,
careces de gracia.
¿No me oyes?
Sin ti, la vida no es vida;
contigo, canto de contento.
Tu dulce calor lava mi cuerpo.
Que tu llama viva por siempre.
Eres la alegría, amigo boiler.
-Abraham Echauri-
lunes, 23 de octubre de 2017
domingo, 22 de octubre de 2017
sábado, 21 de octubre de 2017
Bugaso
Bugaso
En la casa de la abuela hay un juguetero y en una de sus repisas vive una ensaladera muy especial. Es un recipiente de cerámica que tiene en cada costado un pegaso pintado a mano. En total son cuatro pegasos. Cada animal es ligeramente distinto. Uno tiene cara de burro, lo llamo Bugaso. Otro tiene los ojos muy redondos y las patas cortas. Uno más tiene alas de murciélago. En realidad sólo uno parece bien hecho. Mi abuela dice que la compró porque le recuerda a sus nietos. Puedo identificar a Samuel y a mi hermana, pero tengo miedo de que sea yo el que tiene cara de burro. Confío en que ese es Rafael.
Anoche soñé con el Bugaso. Iba de viaje al reino amarillo. Allí el cielo es azul y las yerbas son blancas. Todas las otras cosas son de distintos tonos de amarillo. Paseamos y gozaba el viento en mi cara. Noté que yo era amarillo taxi, casí anaranjado. Quise comparar el color de mis manos con el sol y cuando lo hice vi que no tenía dedos. Mis manos eran los cascos del pegaso. Volé en busca de un charco para ver mi rostro. ¡Zas! Yo soy el Bugaso.
Desperté en ese instante. Creo que mi abuela ya no es mi favorita.
viernes, 20 de octubre de 2017
Camino a Damasco
La Conversión de San Pablo es un episodio del Nuevo Testamento en que Saulo, un perseguidor de cristianos, salió de Jerusalem con camino a Damasco cuando un resplandor del cielo una voz le llamó Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Saulo es el nombre hebreo y Pablo el nombre romano) y lo dejó ciego. La Luz se identifica como Jesús y le ordena llegar a Damasco. Mientras tanto, Ananías recibe instrucciones de Jesús de curar a Saulo. Ananías encuentra a Saulo, le impone las manos para devolverle la vista, y después lo bautiza. Este episodio es también conocido como el camino a Damasco.
Después de treinta años, cuando ya no pensaba en él, encontré a Álvaro. Mi tía me dijo que lo había visto en un café de chinos en Coyoacán y dediqué mucho tiempo a estar sentado allí, esperando para verlo. No comenté nada a mis hermanos, ni a mi esposa. Fingí asistir al trabajo. En realidad me instalé en el café de chinos de nueve a cinco todos los días. Por fin, una tarde, lo vi llegar con un buen traje y una sonrisa petulante en el rostro. Iba solo. En el momento en que entró, me reconoció. Se parece demasiado a mí, me sentí incómodo al descubrir como luciré en unos años. Lo invité a sentarse a mi mesa. Le hablé por su nombre: Álvaro. Era él. Sano y salvo, contento. Cuando le cuestioné sobre las razones de su abandono, se justificó: nos había dejado todo lo que tenía. Nos dejó su casa, su rancho, su coche, sus padres, sus cuentas bancarias y se fue sin nada. Permanecí en silencio. ¿Acaso todo eso compra un padre o siquiera repara la sensación de abandono? Difícilmente cubre la comida, la escuela y diez años de sesiones con el psiquiatra para convencerme de que no fui desechado. El abandono del padre no me define ya. Ni siquiera pude honrar una tumba, insistí. ¿Por qué? Tras muchas dilaciones, dijo que no era feliz. Porque la familia que había formado no lo hacía feliz. Porque quería vivir su vida. ¿Con otra?, pregunté. Con otro, respondió. Quería ser libre. Me puse en pie y abandoné la mesa. ¿En serio? ¿No podía haber sido como tantos otros que se quedan con la familia y esconden su homosexualidad? Podía haber tenido sexo en la oficina, en el coche, en un bar o en un hotel. Yo no pedí nacer. Ese no podía ser mi padre. Yo no pedí ser parte de una familia. Yo no pedí ser la carga de un cobarde. Así que nos heredó la angustia de no saber de él por un trozo de carne. ¡Qué valiente! Dejarlo todo para ir a que te den por el culo. Imbécil. Si cree que esto se acabó, está equivocado. Que barato le saldría. Soy puto, huí para evitarles la vergüenza. Nos arruinó la infancia. Malparido comemierda.
Lo seguí un par de semanas. Aprendí su rutina. Lo miré besándose con su pareja y con otros hombres. Eso no es mi padre. Mi padre está muerto, se llamaba Pablo. El cuidó de mí, de mi madre y de mis hermanos. Para honrar a mi padre, compré algunas cosas y me pinté algunas canas. Me escondí en el departamento de Álvaro. El viejo casero me dejó entrar; le dije que había olvidado las llaves y me abrió. Debe estar medio ciego o quizá es verdad que somos casi idénticos.
Es fácil para mí dominar a un hombre de setenta años. Cuando salió de la ducha y me vio de pie en su cuarto, se quedó mudo. Lo tomé de los brazos y le esposé las manos por detrás de la espalda. Intentó conversar. ¿Así que ahora tienes ganas de hablar con tu hijo? Lo amordacé. Lo tumbé desnudo en su cama. Lo até al colchón. No era muy fuerte. Tomé la chaira, la puse en el fuego y cuando estuvo al rojo vivo, la introduje en su ano. Su cuerpo se estremeció. Se sacudió tanto que rompió las ataduras. Las lágrimas inundaron su rostro. El alarido se agotó en la estopa dentro de su boca. Comenzó a sangrar. Tomé mi teléfono y le tomé video. Quería capturarlo sufriendo, indefenso, adolorido. El miedo llenaba su rostro. Me monté en él, al oído le dije: mi padre está muerto. ¿Estás listo para más? Arranqué de su cuerpo la chaira y fui a la cocina para calentarla de nuevo. Un olor a cerdo llenó el departamento. Regresé a su habitación. Estaba sentado en el suelo, arrinconado contra la pared. Gemía. Respiraba con dificultad. Me apiadé de su miseria. Le inserté la chaira ardiendo en el estómago, y le dije: Mi padre está muerto, que se quede así. Limpié todo el apartamento con cloro, me llevó todo el día. Lo amarré en posición fetal y me las arreglé para dejarlo sentado en medio de la sala. Acomodé su cabeza de tal modo que su boca abierta sirviera de recipiente a una flor que tenía sobre su escritorio. Adorné el suelo dibujando un círculo con su colección de dildos. Al anochecer, salí por la puerta sin hacer ruido y sintiéndome satisfecho conmigo mismo. Mi padre nunca fue un cobarde, murió en un accidente de tránsito en la carretera hace quince años. Hoy iré a contarle lo sucedido al Panteón Jardín, después tomaré el camino a Damasco.
-Abraham Echauri-
jueves, 19 de octubre de 2017
Con las preposiciones
Memoria versus olvido
So pena de vivir en el exilio,
desde la primera vez que te vi
y durante ocho años,
a diario
sobre tu piel deposito un beso
en agradecimiento.
Para poder vivir
con vergüenza y
sin dinero,
según tu madre,
por mis pistolas,
voy tras de tu sombra.
Bajo el sol,
contra la pared de piedra,
me agazapo cabe el zaguán.
Ante tu presencia tomo el valor para abrazarte
cuando ella no mira.
Ya no te sorprende, ya no te espantas.
Sé que viajo hacia tu desprecio.
Entre tus recuerdos quiero vivir.
No quiero verte vía satélite,
hasta mi muerte quiero estar contigo.
Mediante la constancia
construiré un vínculo.Abraham Echauri
miércoles, 18 de octubre de 2017
martes, 17 de octubre de 2017
lunes, 16 de octubre de 2017
Cómo comportarse en el cine
Nadie debería acercarse a la taquilla sin saber qué película quiere ver. Nunca he entendido a aquellos que después de hacer una fila de diez minutos, se plantan frente al taquillero y le preguntan: ¿Qué me recomiendas? Como si el muchacho que atiende pudiera, con sólo mirar su rostro, adivinar qué tipo de películas prefieren. Pensándolo bien, tienen razón. Si esa es la pregunta, resulta obvio que el cliente disfruta las idioteces de Derbez o la serie de Rápido & Baboso. Aunque a veces la pregunta es un poquito más complicada: ¿Cuál está mejor? ¿Las Tortugas Ninja o Transformers?
Si yo fuera el taquillero, recomendaría algo para confundir, algo como Mother! de Darren Aronofsky, para que el fulano se salga a media película todo confundido y tenga pesadillas.
Al cine llegan otros seres más simpáticos que los anteriores. Estos, en el momento de pagar, giran la cabeza para preguntar ¿cuántos somos? y se empiezan a contar. Otros piden los boletos y cuando les dicen el total avisan a sus acompañantes: "nos toca de a cincuenta y tres pesos por cabeza", momento en que comienzan a recolectar el dinero. No puede faltar en la fila, la señora que se pone a buscar monedas en su bolso tamaño costal. Ella es especialista en pagar con monedas de un peso cuando tú llegaste tarde y tu película está a punto de empezar.
Cuando llegas temprano, compras el boleto con tiempo y entras a la sala antes de que empiecen los cortos, es casi seguro que elegiste las butacas cercanas al pasillo, del lado en que todos entran a la fila. Pasan frente a ti haciendo malabares con el refresco y el hot-dog; sufres pues no quieres bañarte en salsa Valentina y no sabes dónde meter los pies. Cuando piensas que han entrado todos y ya empezó la película, llega una mujer corriendo que hunde su tacón en tu uña enterrada y dice por obligación perdón en el tono más irritante posible. O puede suceder también que entra en la fila de atrás una supergorda que golpea tu nuca con su bolsa y ni siquiera se disculpa.
La mala suerte cuenta con un amplio repertorio de torturas. Así que en invierno, detrás de ti se sienta algún enfermo que estornuda o tose cada cinco minutos. A veces tan sólo es la pareja que está platicando y no pueden parar sino hasta que ven que el filme ha iniciado. Ellos son los que siempre hacen preguntas pendejas cómo: "¿ese es el policía?" o "¿esa güera no es la misma que estaba en la cama con el detective?". ¡Sí! ¡Carajo! ¡Sí! Cállate y pon atención.
En otras ocasiones es un gordo que mastica palomitas ruidosamente y sorbe su refresco para que no puedas oír. O la señora que lleva sus dulces y los ofrece a todos los integrantes de la familia. Yo creo que los cines tienen la secreta intención de que los asistentes se maten entre sí y por eso dan bolsas de celofán y popotes.
De cualquier modo el cine ha cambiado mucho. Cuando yo era adolescente, los novios intentaban el coito en la oscuridad. Ahora los dos están revisando su teléfono celular. Apenas el mes pasado se sentó a mi lado una mujer de unos veinticinco años y al iniciar la función empezó a revisar su WhatsApp. Con mi tono amable le solicité que apagara su aparato. Me miró a los ojos y dijo: "No". Cómo tenía un folleto a la mano, lo acerqué a su rostro y le dije: "espero no te moleste, pero a mi me molesta el resplandor". Acto seguido, salió hecha una furia arrastrando al novio. El pobre diablo tuvo la puntada de decirme mientras pasaba entre mis piernas: "Ya ni la muelas". No respondí, pero en mi interior festejé que se hubieran salido.
En el cine pasa de todo. En otra ocasión una mujer reprendió a gritos a su esposo por quedarse dormido. Otro día un señor se quedó dormido desde el inicio de la película y roncaba como un león. Así que el muchacho sentado en la butaca vecina golpeaba la lámpara que separa los asientos de las salas VIP y la hacía sonar como una campana. El viejo despertaba, hacía el intento por sentarse y a los dos minutos volvía a roncar. El campanazo lo sacaba del sueño nuevamente. Esto se repitió tantas veces que toda la sala estaba pendiente del campanazo y reíamos felices en cada ocasión.
Las cosas no siempre son tan divertidas. En otra sala, un tipo comenzó a patear el respaldo de mi asiento. Me tomé un momento para solicitarle que dejara de hacerlo. No lo hizo, de modo que me levanté, me senté en el asiento detrás de él y pateé el respaldo. El tipo enfureció e intentó ponerse violento, pero cuando me vio de pie se dio cuenta que llevaba las de perder y se calmó.
Ir a las salas VIP es un fastidio. De entrada, nadie en esas salas es importante, sólo somos tontos que pagamos mucho dinero por comer mientras vemos la película. El caso es que siempre hay algún odioso que llama y llama al mesero para pedir salsa, cubiertos o cualquier otra cosa. La película le importa un pepino y está más preocupado por su cola de dieta que por lo que pasa en pantalla.
Por todo lo anterior y a fin de que todos los que asistimos al cine podamos ver la película en paz, propongo lo siguiente:
a) Procura llegar con tiempo y consultar la cartelera antes de formarte en la fila. Si no sabes qué quieres ver, esa es buena señal para no entrar al cine.
b) Una sola persona puede comprar los boletos de toda la familia o amigos. No se formen seis en la fila.
c) Si tienes gripa o diarrea, no es buena idea ir al cine.
d) Si tienes sueño o estás esperando una llamada importante no vayas al cine.
e) Si tu niño llora, sácalo de la sala.
f) Si tu niño no entiende la película, encárgalo a algún familiar o regálalo. No lo lleves al cine.
g) Si llevas niños a la sala no les leas ni les expliques. Oblígalos a poner atención y permanecer en silencio. Educa a tus hijos, nadie quiere llamarles la atención, tú eres el indicado. Es por su bien y el de todos.
h) Si estás distraído y tienes dudas, haz las preguntas a tu acompañante cuando termine la función.
i) Comer ruidosamente y con la boca abierta, al igual que sorber, es de mala educación tanto en el cine como en cualquier otro sitio público, evítalo.
j) Apaga el celular. El brillo que emiten los teléfonos es molesto. Más aun oír tu ringtone o tu voz.
k) Si alguien te pide silencio, que apagues tu celular o que evites patear el respaldo, acepta tu error y pide disculpas. Científicos de la NASA realizaron un estudio en el que que se comprobó que reconocer un error y disculparse no disminuye tu valor, no reduce el tamaño de tu miembro, no se te caen las nalgas y generalmente evita conflictos.
domingo, 15 de octubre de 2017
sábado, 14 de octubre de 2017
Argentina
No lo hagas. Ya sabes que cuando llegues a casa ella se dará cuenta. No caigas en la tentación. No vale la pena. Resiste. En cuanto abras la puerta, ella te dará un abrazo y la olerá en ti, en tu boca, en tu pelo, en tu ropa. Se dará cuenta al instante. Si te bañas, el olor del jabón será usado en tu contra. Si te pones nervioso será peor. Notará su presencia en tu sudor. No te dirá nada. Después revisará tu chamarra. Quizás sin darte cuenta traigas el recibo o los dulces que te delatarán por completo. Dejará de confiar en ti. Puedes contenerte. Sal. Huye. No lo hagas. ¿Cuanto puede durar el placer? ¿Quince minutos? ¿media hora? ¿y si te enganchas? Después no podrás zafarte. Si te dejas llevar todo se volverá complicado. Será difícil no querer más. Pasarás todos los días por aquí rumbo a la oficina y si te acercas, si la miras llegando, si la hueles. Eso te pondrá mal. Ojos que no ven corazón que no siente. Resiste. Hiciste un compromiso, respeta tu palabra. Se te ha insinuado o eso te gusta pensar. Sabes que sería fácil tomarla, hacerla tuya, devorarla. No opondrá resistencia. Para eso la trajeron desde Argentina. La traen desde allá porque está buena. Saben que el malinchismo pesa. Saben qué quieren los mexicanos. Carne firme y suave. Si caes, si lo haces, no podrás ver a tu mujer a los ojos. No habrá pretextos, ellas saben, siempre saben. Si cuando llegues está dormida, si no te delata la ropa, notará cuánto gastaste. Durante el desayuno, mientras te sirve el jugo verde, Raquel te preguntará: ¿Rompiste la promesa, verdad? Pondrás tu cara de estúpido y lo negarás. ¿Por qué eres tan cobarde? Ni siquiera puedes aceptarlo. Se sentirá engañada, defraudada. Te aplicará la ley del hielo. Te castigará sin sexo una semana, un mes o más. Le llevarás flores pero no podrá perdonarte. ¿Qué pensarías de ella si hiciera algo parecido? Pero estás seguro de que no lo hará. Sabes cuán importante es para ella la promesa. Eso te pasa por pendejo. ¿Para qué te casaste? Te mandabas solo. Y claro. Estos cabrones, tus amigos, te animan. Nadie se va a enterar, Manolo. ¿Que tanto es tantito? No le vamos a contar nadie. Lo que pasa en el table se queda en el table. ¿Cuándo te hemos fallado? Todos te animan salvo el ojete del Chano. Ese se burla. Tu vieja te va a dejar, te va a pedir el divorcio. Se ríe de ti. Las mujeres se pasean semidesnudas. No puedes pensar. Bebes otro tequila. Ya la pidieron. Parece inevitable. La deseas, te la comes con los ojos. Ya viene hacia tu mesa. Estás excitado. ¿Hace cuanto que no pruebas algo así? Te sudan las manos. Se te hace agua la boca. Fallaste corazón. Coges los cubiertos. ¿No que ya eras vegetariano? Ya ni la chingas. Te tocaba una ensalada César.
viernes, 13 de octubre de 2017
Polvo
Somos minúsculas partes de la nada.
Engreída miseria que se mira el ombligo.
Nos explicamos todo, sin explicarnos nada.
Nadie murió fuera de casa.
Inventamos dioses y al poder de nuestra fantasía nos sometemos.
El sol que nos calienta es un fuego que arrastrará la luz hacia la muerte.
Nos hundiremos aterrados en el sueño.
Despertaremos en otro cuerpo, en otro espacio, en otros ojos, cuando el azar regale otro chispazo.
Engreída miseria que se mira el ombligo.
Nos explicamos todo, sin explicarnos nada.
Nadie murió fuera de casa.
Inventamos dioses y al poder de nuestra fantasía nos sometemos.
El sol que nos calienta es un fuego que arrastrará la luz hacia la muerte.
Nos hundiremos aterrados en el sueño.
Despertaremos en otro cuerpo, en otro espacio, en otros ojos, cuando el azar regale otro chispazo.
jueves, 12 de octubre de 2017
En la ciudad de los héroes
El sismo ya pasó. No tuvo réplica. Trajo a un amigo que llegó el sábado por la mañana. Entre los dos jodieron a todos. Ya se te instaló el miedo. Lo traes en la piel. Ahorita el miedo manda. Te tiene de los huevos. No tienes claridad. Las sirenas te espantan. Los mareos te dan ganas de correr. Traes las piernas flojas. No te concentras. Vas al súper y buscas dónde están las salidas. Te bañas con prisa. ¿Y si tiembla de nuevo? ¿Si te agarra encuerada, descalza y mojada? ¿Si te hace mierda? Ya te hace falta pintarte las canas, piensas mientras limpias el vapor del espejo. Según tú, ya estás bien. Ya ayudaste, ya estuviste en la fila pasando cascajo y ya llevaste víveres a la Cruz Roja de Polanco. Hasta se te olvidó que la Cruz te vacuna cada año. Te descuentan del cheque. Ni te preguntan cuánto. Te quitan la cuota de jefe de departamento, ese es tu cargo. Ni las manos metes, nada más rezongas con tu subdirector, le haces la chillona pero no está en sus manos. A él lo vacunan igual. Ya lo recuperarás cuando te toque atención al público. Trasquilarás un par de usuarios para estar a mano. Otros dos y hasta para el tinte sale. Pero hoy te sientes satisfecha, la TV te convenció de ayudar. Te convenció de que tu participación cómo voluntaria es un acto extraordinario y heroico. Claro. Estuviste viendo el chingado rescate de Frida Sofía y ahora te inventas teorías. La cortina de humo, la caja china. Puras boberías. Se te olvida que la televisión es un negocio que necesita mirones. Además, te tienen aturdida: ¡Fuerza México! Los buenos somos más. México ya cambió. Y estás de pendeja en tu face con el hashtag. Te lo crees, te lo tragas. Ya subiste tu foto con Frida en el twitter. No analizas, no piensas. De seguro crees que todos los que murieron son víctimas inocentes. Nadie se lo ganó, nadie merece morir así. Las losas no se llevaron entre las patas a ladrones, asesinos o violadores. Los rescatados deben ser ángeles que lloran agradecidas lagrimas. Han vuelto a nacer, sin importar su pasado. De hoy en adelante harán el bien. Los rescatistas, los rescatistas son seres etéreos. El bombero nalgón que estuviste mirando con deseo. Ese es el más bueno. Qué ganas de cogértelo. Le diste tu número y esperas que te llame. Sabrá Dios cuantas más le habrán insinuado algo. De seguro es joto, no te ha marcado. Los topos y los policías son buena gente. Ellos no guardaron en sus bolsillos el efectivo y las joyas, no hurgaron en los cajones ajenos, no se encontraron el bote de chocomilk lleno de dólares de la teibolera rusa que vivía en la Condesa. Respetaron lo que no era suyo. Si está muerta, no es de nadie. Es mío, ya no lo va a necesitar. Y claro, México es más fuerte que nunca, el dólar se devaluó, las tasas de interés bajaron, los feminicidios se acabaron, la guerra contra el narco terminó, la corrupción está a nada de desaparecer. Todo eso porque tú, niña bien, niña lomecán, que vives en la Portales, te fuiste a ayudar a los hipsters de la Roma que siempre te han mirado para abajo. Ni el tinte rojo, ni las luces güeras, ni la camiseta Bebe, ni los Ray-Ban, ni tu atuendo Mango, nada te disfraza. Mona te quedas. Ni pedo, eres negrita, chingo de tonos del pantone entre ellos y tú. Pero vas a tomarte el cafecito donde no te llaman. Donde te sientes menos. Dinero no te falta, pero eres burócrata y cuando hablan mal del gobierno asientes en silencio. Ni la meserita del café te saluda con confianza. El barista, detrás de la barra, te mira con desprecio y te sonríe acartonado. Su mamá conoce a tu papá de toda la vida. Sabe que estudiaste contaduría en la Unicel, que no eres artista, que no eres modelo. Te vio en la tesorería, estaba formado en la ventanilla única para pagar el predial. Pasaste taconeando. Regañaste a una cajera y te saliste. No le impresiona tu manicura, ni tus zapatos de marca. Eres igual que él, ni más ni menos. Te mira y se molesta porque reconoce la farsa, el mismo acto que él presenta todos los días de doce a nueve detrás de la barra, detrás de su barba, escondiendo el barrio. Sus primos murieron en Xochimilco. Él ayudó en la del Valle. Faltó al funeral. Sus tías preguntaron por él. Ya van a cerrar, te sales y pides un uber que te acerque al metro.
miércoles, 11 de octubre de 2017
Libertad
Un hombre estaciona su auto en una playa pública cercana a Puerto Morelos. Son las tres de la tarde del veinte de diciembre. Llovizna y a ratos sopla un viento frío. El hombre baja del auto, va hacia el maletero y se cambia de ropa. Se calza unas sandalias y lanza sus zapatos a un tambo cercano. Coloca un pareo sobre su hombro y saca una bolsa de plástico roja. Cierra la cajuela y camina hacia la orilla del mar. Se detiene al borde de la marca de humedad. Ahora las olas lamen apaciblemente los pies del visitante. El agua está fría. Javier retrocede unos pasos y extiende la tela en el suelo. Se deja caer sobre el pareo con la bolsa de plástico en la mano. Se recuesta y permite que su mirada siga el vuelo de las gaviotas. Le parece que las aves escriben en el aire. No puede descifrar el mensaje, no conoce su alfabeto. De la bolsa saca una cerveza. Destapa la lata y le da pequeños sorbos. Con la lengua imita a el vuelo de las aves mientras juega con el líquido. Finalmente lo traga. Se incorpora. Presta atención al dulce gruñido de las olas. Se descalza y hunde los pies en la arena. Se siente libre. Extrae de la bolsa un paquete de galletas saladas. Lo abre, toma un puñado y se lo mete en la boca. No puede masticar. Mueve la quijada y lentamente la saliva humedece el bocado. Olvida que está haciendo. Lo distraen los pelícanos planeando sobre el agua. Los sigue con la mirada. Quisiera flotar como ellos. Quisiera volar. Quisiera hundirse. Convertirse en agua y disolverse en el mar. Coge más galletas y las lanza hacia atrás. Las voces en su mente se detienen. Las gaviotas se acercan enseguida. Se enjuaga la boca con cerveza y escupe. Tiene ganas de gritar, pero teme al sonido que salga de su boca. Mira la espuma desvanecerse en la arena. Imagina en sus manos un cuaderno nuevo. Lo abre y mira la hoja en blanco. Escribe su nombre y lo cierra. La lluvia arrecia. Mira a los playeros recorrer con prisa la orilla del mar en busca de alimento. Sus largas patas y su gracioso andar le imponen una sonrisa arrepentida. Los últimos meses fueron una pesadilla. Su padre por fin está muerto. Pasa una mano por su cabello mojado y lo sacude. Se siente feliz. Ahora está sólo. Se recuesta y llora.
martes, 10 de octubre de 2017
lunes, 9 de octubre de 2017
Marciano
- No, Marciano, no. Entiende.
- Es la última vez que te pido dinero. Lo juro.
- Lo mismo, palabra por palabra, dijiste hace quince días.
- Lo sé, hermano. Pero ¿qué le voy a hacer? Mi mujer está enferma y no tengo para sacarla del hospital.
- Serías capaz de decirme cualquier cosa.
- No miento. Ayer la tuve que llevar con peritonitis. La operaron de emergencia y y si no la saco, la deuda sigue creciendo. Por favor, esta es la última vez.
- Si te vuelvo a prestar, también se va haciendo grande tu deuda conmigo.
- Ya sé, pero somos hermanos. No me vas a dejar colgado, ¿verdad?
- ¿Cuantas veces me has fallado ya? ¿cómo se que no se repetirá?
- Te dejo el coche en garantía.
- ¿Cuánto necesitas?
- Nomás para sacarla.
- ¿Cuánto?
- Con quince salgo.
- Dame los papeles del coche.
- Gracias manito. Eres puro corazón. No se cómo voy a pagarte.
- Con dinero, Marciano. Con dinero.
- Toma los papeles, mil gracias, te agradezco de veras.
- Voy por el dinero.
Se va y vuelve con las manos vacías.
- Los papeles se quedan en prenda por lo que me debes. Dame las llaves del coche.
- Pero, ¡hermanito! Tengo que ir por Silvia. Está recién operada.
- Las llaves.
- OK. Toma las llaves. ¿y el dinero?
- Silvia acaba de llamar. Que te vayas para la casa a recoger tus cosas porque no te va a recibir de nuevo.
- Es la última vez que te pido dinero. Lo juro.
- Lo mismo, palabra por palabra, dijiste hace quince días.
- Lo sé, hermano. Pero ¿qué le voy a hacer? Mi mujer está enferma y no tengo para sacarla del hospital.
- Serías capaz de decirme cualquier cosa.
- No miento. Ayer la tuve que llevar con peritonitis. La operaron de emergencia y y si no la saco, la deuda sigue creciendo. Por favor, esta es la última vez.
- Si te vuelvo a prestar, también se va haciendo grande tu deuda conmigo.
- Ya sé, pero somos hermanos. No me vas a dejar colgado, ¿verdad?
- ¿Cuantas veces me has fallado ya? ¿cómo se que no se repetirá?
- Te dejo el coche en garantía.
- ¿Cuánto necesitas?
- Nomás para sacarla.
- ¿Cuánto?
- Con quince salgo.
- Dame los papeles del coche.
- Gracias manito. Eres puro corazón. No se cómo voy a pagarte.
- Con dinero, Marciano. Con dinero.
- Toma los papeles, mil gracias, te agradezco de veras.
- Voy por el dinero.
Se va y vuelve con las manos vacías.
- Los papeles se quedan en prenda por lo que me debes. Dame las llaves del coche.
- Pero, ¡hermanito! Tengo que ir por Silvia. Está recién operada.
- Las llaves.
- OK. Toma las llaves. ¿y el dinero?
- Silvia acaba de llamar. Que te vayas para la casa a recoger tus cosas porque no te va a recibir de nuevo.
domingo, 8 de octubre de 2017
sábado, 7 de octubre de 2017
viernes, 6 de octubre de 2017
jueves, 5 de octubre de 2017
miércoles, 4 de octubre de 2017
martes, 3 de octubre de 2017
lunes, 2 de octubre de 2017
Abuela
¿Dónde estás?
¿Dónde quedaron el refrigerador y las chaparritas?
¿Dónde quedaron tus conocimientos de botánica?
Ya no tengo los nombres de la flores. Ya no está tu memoria.
No tengo tus remedios.
Ya no tengo los árboles.
Los botes de leche nido ya no sirven.
Las albóndigas jamás serán las que fueron.
¿Dónde están tus manos?
¿A dónde llevaste el olor de tu cuerpo?
¿Dónde están los malvones?
Ya no traes claveles. Ya no rezas.
¿Dónde están tus bifocales?
Tu delantal está dormido.
Quiero tu arroz con leche.
Quiero la copa de rompope.
Quiero el cuento que me compras cada semana.
Quiero que beses mi cabeza.
¡Abuela! Cuéntame la historia de las legañas del perro.
Te serviré un anís del mono y esperaré que vuelvas.
¿Dónde está tu rostro?
¿Dónde tu mirada?
¿Dónde tu voz quebrada?
¿Dónde tu palabra?
Abuela. Toma mi mano.
¿Dónde quedaron el refrigerador y las chaparritas?
¿Dónde quedaron tus conocimientos de botánica?
Ya no tengo los nombres de la flores. Ya no está tu memoria.
No tengo tus remedios.
Ya no tengo los árboles.
Los botes de leche nido ya no sirven.
Las albóndigas jamás serán las que fueron.
¿Dónde están tus manos?
¿A dónde llevaste el olor de tu cuerpo?
¿Dónde están los malvones?
Ya no traes claveles. Ya no rezas.
¿Dónde están tus bifocales?
Tu delantal está dormido.
Quiero tu arroz con leche.
Quiero la copa de rompope.
Quiero el cuento que me compras cada semana.
Quiero que beses mi cabeza.
¡Abuela! Cuéntame la historia de las legañas del perro.
Te serviré un anís del mono y esperaré que vuelvas.
¿Dónde está tu rostro?
¿Dónde tu mirada?
¿Dónde tu voz quebrada?
¿Dónde tu palabra?
Abuela. Toma mi mano.
domingo, 1 de octubre de 2017
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