martes, 11 de febrero de 2020

Ritmo lento


La rifa

Cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial.

El 4 de febrero de 2020, el Coronel David, recientemente adscrito a la Novena Zona Militar, ordenó al Mayor Joab establecer un puesto de control en el camino de Culiacán a Navolato, cerca del entronque con la carretera a Los Mochís. Ese mismo día, el mayor pasó el encargo al Capitán Urías. Para el día 7, el puesto ya estaba en operación. 

El trabajo era pura rutina. Con excepción de los domingos, Urías se trasladaba, por la mañana y por la tarde, desde su residencia en la Unidad Habitacional del Ejército en Culiacán hasta el puesto de control, para verificar su funcionamiento. No le dijeron por qué, ni cuál era el objetivo. Bastaba hacer presencia. Urías se entretenía pensando en cuándo recibiría la orden de realizar alguna detención importante y pasaba las horas mirando el celular. Estaba contento porque comía y dormía con su esposa, pero se aburría.

El 14 de febrero se pusieron en venta los 7, no 6, 7 millones de cachitos con que la Lotería Nacional emitió con motivo de la rifa del avión presidencial. El presidente sugirió que, de no agotarse los boletos, todos los que vivían del presupuesto tendrían que comprar uno. La mayor parte de los números se distribuyó entre la alta burocracia controlada por Morena. Las fuerzas armadas no fueron la excepción.  

El viernes 21 de febrero de 2020, Betsabé recibió su cachito. Aunque su esposo había sido obligado a adquirirlo, ella estaba muy contenta, le parecía un sueño. Se imaginaba llegando a New York con todas sus primas de Guadalajara. Soñaba con visitar la estatua de la Libertad y caminar por la Quinta Avenida. A la una de la tarde llamó a Urías para avisarle que ya tenía el boleto del avión. El capitán se burló de su mujer, caminaba bajo la sombra dando largos pasos pensando en tonterías para molestarla. El sol caía a plomo. Mientras se despedían, dedicó un par de piropos a las nalgas de su esposa y le pidió vestir una bata blanca que le había obsequiado el 14. No le importaba la comida, tenía otros planes en mente. Betsabé soltó una risa muy falsa, sabiendo que eso haría encabronar a Urías. “Si no quieres comer, mejor ni vengas”. Colgó. Urías guardó el teléfono, buscó un coche y regresó a casa. Betsabé lo recibió con una pijama de franela de dos piezas que cayó al suelo mientras la pareja se fundía en besos y abrazos. Más tarde abrieron latas de atún y comieron mal pero quedaron satisfechos. Ella se puso unos pantalones de yoga y una blusa blanca y despidió a Urías en la puerta con un beso.

El día que se conocieron en el Zoológico de Culiacán, en septiembre de 2018, Urías tenía 32 años y Betsabé, 21. La atracción fue inmediata. Ella es bonita, de sonrisa dulce, alta, morena, de cabello oscuro, breve cintura y piernas largas.  Urías es alto, blanco y atlético, con el uniforme parece siempre alerta y con sus lentes oscuros es casi guapo. Se casaron después de un año.  

El viernes 21, el coronel David iba pasando en su auto frente a la casa de Urías y quedó muy impresionado con la mujer en el umbral, preguntó a su chofer: ¿Son el capitán Urías y su esposa, cierto? El conductor contestó: sí, se llama Betsabé. 

David llegó a su oficina y solicitó a la secretaria el expediente del capitán. Lo revisó con ganas de encontrar algo sucio y tras media hora, se dio por vencido. Pero descubrió una foto que le interesó. Betsabé era un sueño, al menos el suyo. Una mujer así hacía la diferencia. David rondaba los cincuenta y cinco y aunque se sentía joven, estaba resignado a su vida en el ejercito. Ir de aquí para allá, arrastrando a la esposa y los hijos que lo miraban con recelo pero que aceptaban en silencio todo lo que les daba. Una mujer así, una mujer así…

El fin de semana pasó sin que David pudiera olvidar la imagen de Betsabé. El lunes 24 decidió enviar a Urías a la Ciudad de México para vigilar el embalaje de un armamento. Firmó la orden con nerviosismo y se la entregó al Mayor Joab. Urías vio el viaje como una oportunidad, estaba aburrido con su rutina y pensó que podría conocer a alguien que le ayudara a obtener un ascenso. 

Urías salió de casa a las 6 del miércoles 26 para tomar el vuelo de las 7 y dejó a Betsabé dormida. A las 9 sonó el teléfono. Betsabé despertó y escuchó la voz de la secretaría que la saludó amablemente y le solicitó visitar la oficina del Coronel a las 11. Era una reunión informal para solicitarle su ayuda con un asunto intrascendente. Betsabé aceptó, sabía que su esposo dependía directamente de las órdenes de David. Un jeep con dos hombres pasará por usted a las 10:30 a su casa.

Betsabé se bañó y decidió no maquillarse, se puso un vestido ligero y se hizo una cola de caballo. Apenas estuvo lista cuando llegó el jeep. Salió corriendo y se subió al auto. La llevaron a la oficina y le pidieron que esperara. Un par de minutos después David colgó el teléfono. La secretaría se puso en pie, abrió la puerta y avisó que ya estaba allí la esposa de Urías. El coronel hizo la seña de que la hiciera pasar, se levantó, se arregló la ropa y se recargó en el escritorio. La puerta se abrió y entró Betsabé. Al tenerla cerca, David tuvo que respirar profundo para controlarse. La frente de Betsabé lucía ligera transpiración y en sus mejillas latía el color de la vida nueva. Dedujo que ella también estaba nerviosa. 
-  Pasa, siéntate, creo que nadie nos ha presentado.
-  No, no formalmente. Pero yo sé quién es usted.
-  Háblame de tú. Esto es informal, no soy tu superior y esto es una ocurrencia de último minuto. Antes del 30, digo, del 28, deben estar vendidos los boletos del avión y todavía me quedan algunos. Pensé que tú, por ser de Culiacán, me podrías ayudar a colocarlos.
-   Me regalas agua. Tengo calor. 
-   Claro.
David tomo la jarra sobre su escritorio, llenó el vaso y lo entregó. Betsabé bebió con calma.
-  Pues sí, quizá entre mi familia o en la iglesia, ¿Cuántos
   boletos le quedan?
-  Cierra la puerta por favor. No quiero que todo el mundo
    sepa.
-  Sí, verdad.
-  Si me ayudas con diez será suficiente. Tengo más pero…
-  Démelos. 

David se acercó a Betsabé, la tomó por los codos con  suave autoridad y la besó. Ella se quedó muy quieta y lo dejó hacer.

-   Perdóname. Fue un impulso. Te ves muy guapa y…
-   Usted está casado y yo también.
-   Sí, lo siento, discúlpame. Buscaré los boletos.
-   Cómo quiera…

David interpretó las palabras como un reto, se acercó de nuevo y se besaron, a ella le gustaron sus manos y el aroma de su piel. Él se sintió un poco mareado, quiso disimular la erección y la soltó sin dejar de mirarla.
-  Quiero verte hoy en otro lado.
-  Ok. A las siete en el Starbuck de José Limón.

Betsabé pensó que podría ayudar a su esposo a subir y que si se negaba lo hundiría. Se sentía emocionada con tener una cita clandestina con un hombre mayor. Sólo se vive una vez. 

Se vieron en el café, pidieron bebidas frías y mientras se cercioraban de que no había ningún conocido en el lugar, él le entregó diez boletos de la rifa en un sobre que decía: esto es un regalo, no los vendas. Caminaron a los autos y ella lo siguió a una casa vacía. El viejo todavía estaba en forma y no hizo cosas raras. Muy bien, 5 estrellas, excelente servicio, pensó Betsabé. Mientras se vestían David le dijo al oído: si me divorcio, ¿te casas conmigo?
-  ¿Así? ¿Tan serio? ¿No es una aventura? 
-  No. En serio.
-  Quizá mañana no piense lo mismo.
-  No bromeo. Me gustas mucho.
-  ¿Y Urías?
-  Yo me encargo. 
-  Lo voy a pensar.
Al salir, se despidieron con un apretón de manos y cada uno subió a su auto. 

David durmió como un bebé y esperó a que dieran las nueve para llamarla. Ella no contestó y él se sintió decepcionado. Casi al medio día, la secretaría le informó que Betsabé había tenido un accidente de tránsito y estaba en coma. Fue al hospital militar y pidió el reporte en ausencia del esposo. Nada por hacer, sólo esperar. David decidió ir al aeropuerto por Urías y darle la noticia. Betsabé estuvo en coma desde el jueves 27 de febrero hasta el domingo 22 de marzo. El sorteo se realizó el 21 de marzo.