miércoles, 12 de diciembre de 2018

El mesero acelerado


Desconozco los hábitos alimenticios de la población en general pero estoy seguro de que una vez al año la mayoría visitamos un restaurante, grande o pequeño, modesto u ostentoso, todos vamos a uno. No sé si lo han notado, pero ahora, en la Ciudad de México, la moda es que los meseros te persigan sin pausa. Es decir, apenas das la última cucharada a tu sopa cuando el mesero ya está llevándose el plato; levantas el último trozo de tu taco y el plato vuela hacia nuevos horizontes. Si ya no hay alimentos en la mesa un vaso de agua a la mitad puede ser secuestrado en cualquier instante. Si el mesero considera que ya pasó tiempo suficiente para que terminaras tu cerveza, agita la botella para cerciorarse de que está vacía aunque esté a la mitad y las servilletas desaparecen de la mesa si no las estás tocando. Los comensales tenemos que pelear por el derecho a conservar platos con pequeñas porciones de comida y hasta los cubiertos tienden a desaparecer si no los tienes en las manos. Evidentemente lo primero que se esfuma es el tortillero o la canasta de pan. Si te acabaste tu platillo, será materialmente imposible que te hagas maje con un totopo o una galleta. 

Nunca he trabajado como mesero y me da mucha curiosidad conocer el funcionamiento de ese oficio. Es evidente que se trata de un trabajo pesado y que su dificultad radica en tratar con todo tipo de personas. Entiendo el estrés y que, aunque ya hayas solicitado la cuenta, insistan en acercarte la charola de postres para ofrecerte café. Lo que no entiendo es esa manía de retirar todo de la mesa y de interrumpir cuando es evidente que estás teniendo una conversación interesante. En plan amigo, propongo que pactemos con los meseros el tipo de la atención que queremos recibir. Llamar al camarero y solicitarle que sólo desaparezca lo que le indiquemos, no tiene que ser visto como un acto hostil. Ya lo he intentado, pero no siempre funciona. Los garroteros (esos empleados que no te traen la comida y sólo recogen los platos sucios) viven en la inercia del entrenamiento. En buen plan: calma. Parte de la gracia de un restaurante es comer con tranquilidad. Si nos apresuran, comeremos menos que si nos dejan allí una hora. Se me ocurre que los establecimientos, así como hicieron áreas de fumar y no fumar, pueden crear secciones “tengo prisa” y “traigo calma”. Así la atención corresponderá a la mesa que el visitante elija.

Esta moda de estar levantando platos, servilletas y cubiertos me cae muy mal por las siguientes razones: 1) Si necesito algo, todos los meseros están ocupados o fuera de mi campo visual; 2) el gerente sólo se aparece a preguntar si todo está bien cuando acabo de tomar un bocado; y 3) prefiero nunca quejarme por miedo a que le escupan a mi comida.


Ya sé que no debería quejarme, que a fin de cuentas si no me gusta cómo me tratan tengo derecho a no volver o a desquitarme en la propina, pero no es la idea. Lo justo es que los comensales pasemos un buen rato y que los meseros vean recompensado su esfuerzo. ¿Ustedes qué opinan?

Llenos


martes, 11 de diciembre de 2018

¿Qué significa VIP en las salas de cine?

Si no tienes un cine en tu casa y tienes que asistir a un cine público, las siglas VIP, no significan Very Important People, significan Very Increased  Purchase. En otras palabras asistir a las salas vip no te hará muy importante pero incrementará tu consumo. Eso significa que eres mejor negocio para el cine y aunque en no tenía nada de malo, eso ha cambiado mucho. 
Hay ocasiones en que el mejor horario lo tiene la sala VIP, sabes que la película será muy larga, quieres darte un lujo idiota o acabas de cobrar y decides pagar un poco más. Cuesta el doble que el boleto normal pero piensas: estaré más cómodo. 
Cuando aparecieron estás salas, así era. El asiento de piel reclinable y la poca cantidad de personas en la sala mejoraba la experiencia del cine. Si tenías frío, podías pedir una cobija y eso funcionaba a las mil maravillas. Incluso podías comer algo o disfrutar una cerveza. Sin embargo, no sabemos utilizar las cosas con mesura. Las salas VIP pasaron de ser algo muy agradable a ser una pesadilla. 
La gente que paga un boleto para esas salas asume que  está en la cafetería de su preferencia. Una vez instalados en su sillón, les importa poco si la película ya comenzó o no, llaman al mesero, le piden todo lo que hay en el menú y por supuesto no controlan el volumen de su voz. Los empleados, antes cuidaban que la luz de su tableta no iluminara toda la sala y hablaban en voz baja. Ahora la utilizan sin mayor cuidado, se pasean con ella por los pasillos con el brillo al máximo  y no se apresuran a tomar la orden. Como si eso no fuera suficiente, cuentan el cambio que entregan en el mismo volumen en que hablan los consumidores. 
Ya que la orden puede contar con productos de la cocina, la dulcería o la cafetería, los productos son entregados en diferentes visitas, de modo que el mesero va y viene en repetidas ocasiones sin importar si la película está llegando a su clímax. No puedo culpar a los trabajadores de los cinemas, ellos sólo realizan su trabajo. Pero creo que podrían hacer lo mismo con mayor discreción. 
En cuanto a los tragones asistentes, debo decir que son una vergüenza. Yo también he pedido algo de comer en más de una ocasión. Pero lo hago antes de iniciar la función y pido algo para entretener el hambre, nunca todo lo que hay en el menú. Además hay bichos que se ponen a discutir con el mesero porque pidieron la baguette con queso manchego y la que recibieron lleva queso de cabra. Y hay otros que una vez concluido el drama de la compra de alimentos vuelven a activar la campanilla para pedir chiles toreados. Esta gente que no puede distinguir el cine del restaurante debería de ser expulsada del país.
Otros especímenes que asisten a la sala VIP, creen que el costo del boleto les da derecho a utilizar su teléfono indiscriminadamente. Con ellos me da mucha curiosidad qué será eso tan importante que no puede esperar un par de horas, supongo que el mundo puede colapsar si no atienden su celular. 
Otros simios creen que es de buen gusto que todos los asistentes escuchemos el ruido de su hocico al masticar, el que hace la caja de palomitas cuando la sacuden o el ruidoso sorbido del refresco. ¿Sabrán los administradores de los cines que pueden dejar de comprar popotes? Yo creo que sería un ahorro importante.
Todos los animalitos antes descritos suelen indignarse si les solicitas apagar su teléfono o simple y sencillo silencio. Así que en las salas VIP o Very Important Purchase, es más importante el consumo que la película. Si la cosa sigue por dónde va, creo que pronto las siglas estarán allí para representar Very Ignorant People

Pareja de dos ruedas


jueves, 6 de diciembre de 2018

Narcos México - Carlo Bernard, Chris Brancato & Doug Miro (2018)

Aunque disfruto de las series normalmente no escribo sobre ellas. Ni siquiera Hannibal o True Detective que disfruté mucho me habían movido a escribir. Antes de Narcos México sólo había escrito sobre Ozark. Saber que vería Diego Luna, Rodrigo Murray y José María Yazpik no me hacía mucha ilusión. En contraste Tessa Ia, Tenoch Huerta y Joaquín Cosío eran nombres que  parecían no pertenecer al grupo de lo comercial y me causaban interés.  Había visto las primeras dos temporadas de Narcos en las que seguían a Pablo Escobar y me habían parecido muy buenas. Además, como ahora es políticamente incorrecto ver series de narcotráfico, y detesto la corrección política, con una mezcla de curiosidad y morbo, me decidí a ver la serie. Total es Netflix, si te cae mal pones otra cosa.
¡Zas! Me enganche en los primeros cinco minutos y tuve que hacer un esfuerzo por no quedarme pegado y ver todos los capítulos. La serie es una maravilla. Te da un pequeño repaso de la historia reciente. Joaquín Cosío es un chingón, Diego Luna va creciendo conforme avanza la serie y al final ya te dan ganas de aconsejarlo para que no se lo lleve la chingada. Tessa Ia ligerita flota robando pantalla, Tenoch Huerta encabrona como Caro Quintero y José María Yazpik se mantiene contenido, un buen soldado en su lugar, ganado terreno. Fermín Martinez, el azul, es la viva imagen de un judicial que pinche miedo.
La trama es muy semejante a la vida real y no andan cuidándose de nadie. Se muestra la natural cooperación entre narcotraficantes, ejercito y policía de todos los niveles. No todo es felicidad. Existe una constante lucha de poder en la que todos creen ser la pieza clave del negocio y es esa inestabilidad la que hace avanzar la trama. 
Evidentemente, hay cosas que no pueden faltar, candados mentales propios de los gringos. Obvio ellos son los buenos, ellos son los únicos interesados en detener el narcotráfico.  Y uno se pregunta: ¿por qué está prohibido el comercio de drogas? Yo pienso que al igual que sucedió con el alcohol todas las drogas se volverán legales. Claro, esa no es la conclusión de la serie. Ni modo que digan toda la verdad. 
Mantienen la postura de que la mariguana no es tan mala pero la coca es el monstruo. Aunque tengan en sus filas una que otra manzana podrida, los gringos son las almas puras de la humanidad. El Kiki Camarena es el héroe, pero no cae mal. Funciona bien porque sabes que lo van a matar y terminas pensando que se lo ganó a pulso. Además, su necedad hace evidente que los gringos (la DEA), son los responsables de que crezca la violencia. 
Casi al final, Félix Gallardo (el narco) conversa con Calderoni (el chota). El narco hace un pequeño discurso sobre los héroes que cambia la jugada. Es cierto, a nadie le gustan los héroes en este país, la doble moral es la norma en México, un puritano no es bienvenido.
Hay otra escena magnífica en la que Don Neto visita al asesino de su hijo. La escena me recuerda un poco la que hace Christoph Waltz al inicio de Inglourious Basterds (2009). Allí los encuadres son perfectos, transmiten la sensación de encierro y lo chiquitito que se siente quién se da por muerto. hay una luz al final del camino, pero alguien resguarda esa salida.
Denle una oportunidad a esta serie. No se van a arrepentir. (Ab.)

Romántico


martes, 4 de diciembre de 2018

La caperucita boba y Villalobos

Había una vez una niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que podía y por ser tan buena, el día de su cumpleaños, su abuela le regaló una sudadera roja con capucha. Como le gustó tanto y nunca se la quitaba, la gente se burlaba llamándola “caperucita boba”.

Un día la abuela, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de caperucita le pidió que le llevara una canasta con un tupper con caldo de pollo, otro con caldo de frijol y una docena de tortillas azules hechas a mano. Caperucita aceptó encantada.
- Ten mucho cuidado, buza caperuza, no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!
La mamá debía más de seis meses de renta del penthouse en que vivían en Santa Fé y no había logrado convencer a la abuela de vender su cabaña en el bosque, pese a las buenas ofertas por parte de la Inmobiliaria Villalobos. La comida no tenía sólo la intención de alivianar a la abuela, también era un recordatorio de que estaban en espera de su ayuda para pagar el adeudo a la inmobiliaria.


La niña recorría tranquilamente el bosque en su motoneta cuando el Arq. Villalobos la vio y se acercó a ella. 

- ¿A dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta canasta.
- Yo también quiero visitarla… así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú vete por ese camino y yo iré por este otro. 
-¡Ok! 
-Allá te encuentro. 

El arquitecto mandó a Caperucita por el camino más largo y en su Mercedes Benz llegó muy rápido a casa de la abuelita. De modo que llamó a la puerta. El Doctor Lumber, un gringo, médico retirado, novio de la abuela, lo vio llegar pero estaba apantallado con el Mercedes y no se acercó.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita - dijo el arquitecto.
- Hola, hija mía. Pasa, pasa.

El arquitecto se abalanzó sobre la abuelita con ofertas que incluían hacerla socia del desarrollo inmobiliario que tenía en mente y la abuelita se lo comió de un bocado. Es decir, aceptó ceder el terreno a cambio de ser socia con el 25% del desarrollo inmobiliario. Para festejar, la abuela sacó unas fresas, copas y champagne, se quitó el camisón y se metió en la cama con el arquitecto. Tenían tal fiesta que el arquitecto se olvidó de Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo flores y por eso tardó en llegar un poco más de lo normal. Al llegar llamó a la puerta.
- ¿Quién es?, contestó la abuela a mitad del orgasmo tratando de controlar su voz.
- Soy yo, Caperucita. 
- Hija mía, que oportuna. Espera un momento. 
- ¿Puedo pasar? 
- Espera por favor hija mía. 
La abuela se vistió tan pronto como pudo y mandó al arquitecto al baño.
- Pasa, pasa. 
Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.
- ¿Abuelita puedo pasar a tu baño? 
- Permíteme revisarlo. Dame un segundo. 
La abuelita se dirigió al baño para pedirle al arquitecto que esperará en la ducha. Pero al abrir la puerta Caperucita ya estaba junto a ella y pudo ver desnudo al arquitecto con una gran erección.
-¡Abuelita, qué ojos más grandes tiene el arquitecto! 
- Son para vernos mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué brazos tan grandes tiene!
- Claro, son para abrazarnos mejor… 
- Pero abuelita, ¡qué boca más grande tiene! 

El arquitecto que adoraba los juegos de rol ya estaba muy excitado para controlarse, así que se lanzó sobre ella gritando.

- ¡¡Sí, para besarnos mejor!!

El Arquitecto levantó a Caperucita, la llevó en sus brazos a la cama y se la comió también. La abuela no se podía quedar mirando así que participó del frenesí. Los tres estaban tan cansados al concluir que se quedaron dormidos.

El gringo que había visto entrar al hombre en la casa comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de la abuela… ¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró a la casa. Cuando llegó allí y vio a Villalobos desparramado en la cama con las dos mujeres se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo para castrar al animal. Caperucita y su abuela se despertaron y detuvieron al médico.
Hay que darle un buen castigo a este Villalobos, pensaba el doctor. La abuela, adivinando la intenciones de su novio, sacó la escopeta, le apuntó al gringo y lo corrió de la casa. Cuando Villalobos despertó de su siesta tenía mucha sed. La abuela ya había despedido al médico y había calentado el consomé, Caperucita había preparado una gran jarra de clericó. 

Caperucita volvió a casa de su madre que la recibió muy contenta. La abuela le había llamado para avisarle que su deuda estaba pagada y que se había asociado con la inmobiliaria. Caperucita por su parte aprendió que antes de visitar a su abuelita debía llamar por teléfono. El Arquitecto Villalobos inició la construcción del centro comercial y si bien sostuvo una relación formal con la abuela, ejerció como Sugar Daddy de Caperucita hasta que ella salió de la Universidad.

De pie


lunes, 3 de diciembre de 2018

Con espectacular sadismo torturan y matan a un lobo gris

Ayer, en el bosque encantado en las afueras de Blackwood, a 20 kilómetros de Liverpool, un ingenuo lobo gris dormía la siesta tras devorar a una niña y su abuela, cuando dos taladores furtivos pusieron fin a la vida de este ejemplar en peligro de extinción.  

Con la intención de que su sacrificio por el ciclo de la vida no fuera una experiencia terrible y sangrienta, la tierna fiera había engullido completas a las mujeres. Las había sorprendido mientras platicaban recostadas en la yerba y con sus poderosas fauces las ingirió con sorprendente delicadeza. 

Aunque el destino había dictado que las mujeres ofrecieran su vida para la continuación de la especie del lobo gris, ellas no se rindieron y gritaban dentro del estómago del depredador que con tanto cuidado las había tragado. El cuadrúpedo, agotado por el esfuerzo y con el estómago lleno, se recostó a dormir la siesta.

Dos taladores furtivos oyeron los gritos de las mujeres y decidieron acercarse. Notaron que el Lobo dormía profundamente y en lugar de ayudar a escapar a las mujeres o de matar al animal sin dolor, decidieron hacer lo inconcebible. Con el tosco filo de sus oxidadas hachas, abrieron la panza del animal sin delicadeza y sustituyeron a las ilesas mujeres con dos grandes rocas. Sin ningún tipo de destreza o asepsia cosieron el vientre con un lazo. Los aullidos de dolor espantaron a las mujeres que enseguida se dirigieron a la estación de policía a denunciar el horrible abuso.

Los leñadores, no contentos con la tortura impuesta al ejemplar de una especie en extinción, rodaron al lobo hasta  el agua y lo empujaron hasta el centro del lago. La pobre fiera hizo todo lo que pudo para salvar su vida. Sin embargo, las rocas y la herida le aseguraron una lenta y dolorosa muerte. Las autoridades rescataron el cuerpo inerte del lobo, que será enviado a alguna universidad para su estudio, y apresaron a los malhechores que ahora están detenidos en espera de proceso. Las mujeres, a pesar de haber sido beneficiadas por el crimen, decidieron fungir como testigos en contra de los delincuentes que fueron capaces de los horribles actos antes descritos.

Loma de cristianos corrientes


viernes, 30 de noviembre de 2018

¡Oh no! ¿Por qué tuvo que sucederme a mí?

Esta frase es el canto de la ignorancia. En algún sitio leí que cuando te sacas la lotería, cuando te dan un ascenso, cuando compras un coche nuevo o cuando tienes un hijo, nadie dice ¡Oh no! ¿Por qué tuvo que sucederme a mí? 
Cada ser humano lleva dentro de sí la peregrina idea de ser especial. Así que cuando las buenas noticias llegan, es común pensar que son resultado de nuestro esfuerzo. Algunos, los menos, sintiéndose humildes, agradecen a Dios por las bendiciones recibidas. Aunque claro, ¿A quién premiaría Dios? A mí, por supuesto, por ser tan buena persona. 
Sin embargo, cuando se poncha una llanta, se cae el internet, explota la olla express, perdemos dinero o se muere un familiar, entonces sentimos que Dios es injusto, que las fuerzas del universo lo han tomado personal contra nosotros, que la vecina nos está haciendo vudú. 
Somos tan especiales que las desgracias del mundo siempre debe caer en otros. El hambre es cosa de África, la guerra es de Medio Oriente, las balaceras son de Culiacán, nada nos afecta, todo está pasando lejos de nuestro paraíso particular. Es el esposo de Paulina, mi compañera de natación, quien se quedó sin trabajo; es Pablo, el jefe de mi primo, el que tiene cáncer testicular; es Katia, mi concuña, a la que le robaron el coche. Nos aferramos a la fantasía de que estamos protegidos por el ojo de venado y de que la maldad nunca nos convertirá en sus víctimas, Y luego, ¡zas! cae muerto tu papá o miras directo al cañón de una pistola que te quita el coche. Entonces sí te acuerdas de Dios y de todos tus amigos y quieres que el destino venga a tu rescate y la policía encuentre al culpable sin pedirte mordida y que el médico resulte responsable y sea condenado a cien años de prisión por incompetente. 
Cuando la desgracia te llega, descubres que no vives en el Edén y en lugar de agradecer tu buena suerte, los años que duró tu fantasía; te enojas con Dios y le gritas al Cielo: ¿Por qué tuvo que sucederme a mi? 
Se entiende, estás en duelo y la poquita razón, que Dios tuvo bien darte, está de vacaciones. Tienes que funcionar en automático y permites que tus tripas tomen todas las decisiones. Los demás te miramos con terror y y sorpresa y cuchicheamos que siempre has estado loco, que tu padre y tu abuelo fueron iguales. Nos sentimos a salvo, la desgracia está vez te tocó a ti. Bebemos café en el funeral de tu padre hasta que Enrique suelta un chiste negrísimo y Pedro escupe el café, lo que provoca que tu tía Lupe se recargue en el ataúd y al caer empuje a Arturo, tu primo, el policía que sin querer dispara su pistola y me ensarta un balazo en el pecho. Y antes de morir, alcanzo a decir: ¡Oh no! ¿Por qué tenía que sucederme a mí? 
-Abraham Echauri-

Te equivocas conmigo