lunes, 20 de julio de 2020

¿Cuántas veces hace falta que mueras?


El primer día noté tus heridas y lamí tu mano.
Me propuse mirarte a los ojos y fluir en tu sangre.
Mi incursión fue impulsiva. 
Adivinaba la sombra que pesaba por dentro.
Me creí capaz de volver en el tiempo, de remendar lo roto.
Creí tener la luz.

Me acerqué siguiendo el olor de la sangre, 
tu fiera rabiaba. 
Avancé en silencio sin retarla.
Me dejó acariciarla y besarle los párpados. 
Ronroneó un lamento y en el suelo rodó.
Le canté al oído mi canción de cuna.
La abracé con mis piernas.
Me hundí entre su carne con ojos cerrados.
Te tomé cariño, disfrute su tacto. 
Me hundí entre tu carne buscando el origen.
Te entregué mis fuerzas.
Le impuse mis manos y mis besos. 
Me quedé dormido.
La luz se apagó.
Desperté temblando la derrota.

Has muerto tantas veces. 
Más veces has nacido.
Lo mismo en cada vuelta. 
La herida no sangra, el tigre no ruge.
El viejo silencio supura rencor.
Exiges venganza. Llorar no es la cura.
Las palabras mueren ante tu presencia.
La furia se nutre del culpable muerto,
utiliza tus manos el viejo agresor.

Volveré al camino, lameré otra mano. 
Otros ojos se ilusionarán contigo.
Mirarán dolor, serán conmovidos.
Pintaras sonrisas tristes en su rostro.
Lo mismo en cada vuelta. 
Apagarás su luz.





La caricia cabrona del sol y del agua