martes, 4 de diciembre de 2018

La caperucita boba y Villalobos

Había una vez una niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que podía y por ser tan buena, el día de su cumpleaños, su abuela le regaló una sudadera roja con capucha. Como le gustó tanto y nunca se la quitaba, la gente se burlaba llamándola “caperucita boba”.

Un día la abuela, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de caperucita le pidió que le llevara una canasta con un tupper con caldo de pollo, otro con caldo de frijol y una docena de tortillas azules hechas a mano. Caperucita aceptó encantada.
- Ten mucho cuidado, buza caperuza, no te entretengas en el bosque.
- ¡Sí mamá!
La mamá debía más de seis meses de renta del penthouse en que vivían en Santa Fé y no había logrado convencer a la abuela de vender su cabaña en el bosque, pese a las buenas ofertas por parte de la Inmobiliaria Villalobos. La comida no tenía sólo la intención de alivianar a la abuela, también era un recordatorio de que estaban en espera de su ayuda para pagar el adeudo a la inmobiliaria.


La niña recorría tranquilamente el bosque en su motoneta cuando el Arq. Villalobos la vio y se acercó a ella. 

- ¿A dónde vas Caperucita?
- A casa de mi abuelita a llevarle esta canasta.
- Yo también quiero visitarla… así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú vete por ese camino y yo iré por este otro. 
-¡Ok! 
-Allá te encuentro. 

El arquitecto mandó a Caperucita por el camino más largo y en su Mercedes Benz llegó muy rápido a casa de la abuelita. De modo que llamó a la puerta. El Doctor Lumber, un gringo, médico retirado, novio de la abuela, lo vio llegar pero estaba apantallado con el Mercedes y no se acercó.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita
- Soy yo, Caperucita - dijo el arquitecto.
- Hola, hija mía. Pasa, pasa.

El arquitecto se abalanzó sobre la abuelita con ofertas que incluían hacerla socia del desarrollo inmobiliario que tenía en mente y la abuelita se lo comió de un bocado. Es decir, aceptó ceder el terreno a cambio de ser socia con el 25% del desarrollo inmobiliario. Para festejar, la abuela sacó unas fresas, copas y champagne, se quitó el camisón y se metió en la cama con el arquitecto. Tenían tal fiesta que el arquitecto se olvidó de Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo flores y por eso tardó en llegar un poco más de lo normal. Al llegar llamó a la puerta.
- ¿Quién es?, contestó la abuela a mitad del orgasmo tratando de controlar su voz.
- Soy yo, Caperucita. 
- Hija mía, que oportuna. Espera un momento. 
- ¿Puedo pasar? 
- Espera por favor hija mía. 
La abuela se vistió tan pronto como pudo y mandó al arquitecto al baño.
- Pasa, pasa. 
Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien porqué.
- ¿Abuelita puedo pasar a tu baño? 
- Permíteme revisarlo. Dame un segundo. 
La abuelita se dirigió al baño para pedirle al arquitecto que esperará en la ducha. Pero al abrir la puerta Caperucita ya estaba junto a ella y pudo ver desnudo al arquitecto con una gran erección.
-¡Abuelita, qué ojos más grandes tiene el arquitecto! 
- Son para vernos mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué brazos tan grandes tiene!
- Claro, son para abrazarnos mejor… 
- Pero abuelita, ¡qué boca más grande tiene! 

El arquitecto que adoraba los juegos de rol ya estaba muy excitado para controlarse, así que se lanzó sobre ella gritando.

- ¡¡Sí, para besarnos mejor!!

El Arquitecto levantó a Caperucita, la llevó en sus brazos a la cama y se la comió también. La abuela no se podía quedar mirando así que participó del frenesí. Los tres estaban tan cansados al concluir que se quedaron dormidos.

El gringo que había visto entrar al hombre en la casa comenzó a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de la abuela… ¡Dios sabía que podía haber pasado! De modo que entró a la casa. Cuando llegó allí y vio a Villalobos desparramado en la cama con las dos mujeres se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo para castrar al animal. Caperucita y su abuela se despertaron y detuvieron al médico.
Hay que darle un buen castigo a este Villalobos, pensaba el doctor. La abuela, adivinando la intenciones de su novio, sacó la escopeta, le apuntó al gringo y lo corrió de la casa. Cuando Villalobos despertó de su siesta tenía mucha sed. La abuela ya había despedido al médico y había calentado el consomé, Caperucita había preparado una gran jarra de clericó. 

Caperucita volvió a casa de su madre que la recibió muy contenta. La abuela le había llamado para avisarle que su deuda estaba pagada y que se había asociado con la inmobiliaria. Caperucita por su parte aprendió que antes de visitar a su abuelita debía llamar por teléfono. El Arquitecto Villalobos inició la construcción del centro comercial y si bien sostuvo una relación formal con la abuela, ejerció como Sugar Daddy de Caperucita hasta que ella salió de la Universidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario